lunes, 25 de febrero de 2008


ALL THINGS MUST PASS

Estábamos hablando sobre el espacio que existe entre nosotros y la gente que se oculta tras un muro de ilusión, vivimos girando, cada uno en su propio surco. Te he observado desde que tengo uso de razón, crecí con tu música, con cada nota emitida por tus últimos instrumentos —agudos, graves, fantásticos, psicodélicos, inesperados. Ahí vas con tu guitarra al hombro. El público invisible delira, pueden verte desde la tierra; yo me escondo entre canción y canción, me cubro el rostro para que nadie se percate de mi presencia. Pero sólo he venido a este lugar para apreciarte: rebelde y genio, opacado pero a la vez radiante, parco pero grandioso. Yo me involucro también en esa multitud, mis gritos se pierden en ese torbellino de gente que te aclama, que adquiere un poco más de vida en cada aliento que pierde para poner su mente sobre el escenario. Ustedes son de aquellos que reinan sobre cada acorde, sobre cada conjunción de sonidos que olvida nombres, colores, idiomas, generaciones; sobre cada fuerza de ánimo que purifican con su música, como caballo que corre por la oscuridad en busca del manantial que sacie su sed, bajo una luna llena, brillante.

Los oídos hacen esfuerzos denodados por no perder ningún estribillo, sólo algunos ojos privilegiados puede verte pero todos, absolutamente todos, nos rendimos sin escrúpulos ante cada ejecución, lenta o rápida, ante cada nota en blanco y negro o a colores de lo que tocan tus dedos. Cuando se reúnen los cuatro todo es como un cuento fantástico: jamás se detengan muchachos, queremos seguirlos de inicio a fin y del fin hasta la eternidad. Al único lugar que puede sobrevivir a todo, a la pérdida y al dolor, donde todos somos felices.

Pero tú llevas algo más al rozar esos 6 hilos de metal, al jugar con los dedos a través de túneles de tiempo y del espacio; llevas los instantes más preciosos de la vida de los millones que te escuchamos. Tú vives aquí, sobre el escenario, vives allá, en el sol y el frío, en la tierra y en el mar, en un disco de vinilo y una corriente de aire húmedo que atraviesa uno a uno cada calendario que no opone resistencia. Ejecutas tu música y todos, absolutamente todos te ovacionamos.

“Sunrise doesn't last all morning, a cloudburst doesn't last all day
seems my love is up and has left you with no warning, it's not always going to be this grey.
All things must pass, all things must pass away....”

Llega el final del concierto. Sorprendentemente aún podemos escucharte como un eco partido en miles de pedazos que rebotan sobre cada ser, de occidente a oriente, de una guitarra a una cítara, ingresas en cada corazón, irradias amor, paz, sentido a las vidas.

Ahora comienza el sueño. Nos han dejado solos en el escenario. Calzo mi propia guitarra, no la haré llorar esta vez, cantará. Tú me enseñaste a amarla, a tratarla con mucho amor. Las melodías son insuficientes en este acorde de re mayor, en esta ejecución rápida. Y ahí vuelan tus canciones, las que que-dan luego de extraer el último abrigo que hacen que tú vivas para siempre.

Tibiamente, observas al mundo material, a ese algo que tanto te gustó. Y levemente te desvaneces, trascendiendo la tierra, los bosques, las nubes, te extiendes fantástico sobre la multitud que te aclama, desde los escenarios que pisaste, las sonrisas que inventaste, los palacios oníricos que nacieron de tu voz hacia nosotros. Tu herencia. Tu inmortalidad.

No te vas, te quedas para siempre.

Vives.

—Hey George, here comes the sun.
—It’s alright.




Feliz Cumpleaños George.

jueves, 21 de febrero de 2008


SILENCIO

En una mañana sin palabras, descubierto por el inocente sol que lucha por no abrazarnos con sus rayos, un hombre sin identidad atraviesa la plazuela del puerto y huye hacia el mirador, como buscando el refugio perfecto para extender sus alas e intentar humillar al viento.
Se abre paso entre la gente, soldados rasos que como él, pretenden olvidar las calles y convertirse en la especie dominada por el mar. Entre rostros destemplados confunde su sombra con minutos de silencio, con centímetros de efusivo vértigo y segundos de furtivas miradas.
Entre las rocas, dos niñas juegan con el mar, ¿acaso el deseo de gloria es tan banal para alguien que tiene miedo de ser uno más de los súbditos del mar? Esta persona se siente observada. El mar no tiene sentimientos pero sin embargo ruge, se violenta, calla, susurra y acepta a los atrevidos que comparten cada tarde la muerte sangrienta del sol, pero que no obtienen trofeos, ni recompensas, ni recuerdo de esa batalla. ¿Se habrá terminado la inmortalidad de las almas? ¿Tendrá fin esta marea verde, negra, gris o azul? Las lanchas y los botes atados a las boyas y aún los que se alejan de nuestras miradas parece que guardan un poco de los deseos vertidos por cada mortal que los observa. Vamos, aléjense, llévenselos lejos, no los traigan de vuelta.
A veces (o siempre) una frustración, un sueño que agoniza, es mejor que se convierta en uno de los tripulantes de esas pobres embarcaciones que se van buscando el infinito, la corona de espinas y diamantes que los atará al rumbo del mar; no sentirán su presencia pues van condenados a morir o navegar en silencio para escribir el epílogo de una historia.
Y ahí se deben de quedar.
La mañana se enfría a pesar de que el sol interrumpe por instantes el paisaje incomprensible de la neblina, mientras las calles hierven en espectáculos hu-manos, en peleas para sobrevivir, en deseos infaustos, en penas y glorias, en lo que nos separa de los animales y nos hace más racionales o irracionales.
La persona que se sentía observada lanza un mensaje más a la nada sobera-na y emprende la huída, el retorno a su caverna. Al abrirse paso entre la gen-te, por los caminos empedrados, los edificios, las sombras, los rostros de la civilización jadeante e intrascendente, vil e insignificante, se da cuenta que olvidó el motivo de existir en este planeta, en este pedazo de vida. Pero, al menos por hoy, ha descubierto que hay pocas cosas que realmente valen la pena, que tal vez su existencia es en vano y que no necesita ni amigos ni enemigos, ni elefantes blancos ni fantasías de cristal.
Sólo necesita vivir completamente solo hasta aislar por completo su alma.
Y, tal vez, ese aislamiento lo encuentre cada mañana en compañía del rugir omnipotente del mar.
Tal vez, sucumbir entre las olas sea mejor que vagar como un holograma de ser humano.