«Bueno, quiero decir, no te van a matar, así que si les das un golpe rápido ─un golpe corto y fuerte─, no lo vuelven a hacer. ¿Captas? Quiero decir que se bajó de la luz, porque podría haberle dado una paliza, pero solo lo golpeé una vez. ¿Es sólo la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto? Quiero decir, los buenos modales no cuestan nada, ¿eh?».
Veo
la luz. Siento las constelaciones parpadear a lo lejos, la vida es un viejo
reloj de arena. Todo es un mundo dentro de otro y otro, girando alrededor de
mis ojos. Siento la tierra en mi rostro, el ruido es ensordecedor y a la vez
diáfano como agua de lluvia. La utopía de sobrevivir a una caída horizontal es
como abrir los ojos y descubrir que en realidad jamás existimos, que no somos
reales. Que somos el resultado de una batalla de palabras latiendo como un
corazón, gritando por sobrevivir.
Peleamos
durante horas, el general mandó a las líneas adelantarse, luego llegó el
desastre. Grité por horas, como una canción que no tiene fin. Sentí una
explosión en el pecho, caí.
[De niño, la soledad
era una puerta cerrada, un techo que se acercaba hacía mí para aplastarme, unas
paredes que atrapaban el silencio hasta dejarlo del color más oscuro que
existe, solo atinaba a taparme los ojos, el mundo giraba más lento, las horas
se vuelven una marcha por el desierto, como saltar sin paracaídas y sin saber
la altura ni si el viento me sacaría de esta ciudad. Crecí pensando que el
espacio era el paraíso de mis pesadillas, nadie me dio la mano y me dijo
levántate, las calles eran piedras que me hacían tropezar, indolentes. El frío
no dejaba escuchar mi voz, nadie se percataba de mi sombra.]
Ellos
se fueron. Me vi flotando en otra dimensión, la vida se convierte en notas de
piano apareciendo y desapareciendo como un camino de ladrillos, puedo respirar,
pero no puedo sentir mi cuerpo ni decir ninguna palabra. No recuerdo por qué
estaba peleando ni a quién defendía. Nosotros éramos un torbellino de polvo. La
marca en el cuaderno que alguien borrará y nadie más se dará cuenta que
existió. Los ojos cerrados en una escalera de papel, pensando que en algún
momento la guerra se detendrá y dejaremos de pensar que somos marcas en la
arena, que alguien escribirá nuestra historia y pondrá nuestros nombres. Mientras
eso sucede, veo la luna, sus cráteres, el sol se ve tan pequeño, ojalá pudiera
tocarlo. No sé si estoy muerto. Quizá lo estuve desde siempre. Es hora de
volar.
[Vaya, el cuartel,
nos dan órdenes, saltamos, peleamos entre nosotros, no puedo dormir, solo estoy
para marchar, para aprender a disparar, para decir sí señor y dar grandes
zancadas, la gran pelea llegará pronto ─dijo el sargento─, ustedes deben sentirse
felices de entregar la vida, los recordarán por siempre, no pierdan el control,
cuando estén frente al enemigo golpeen sin piedad, recuerden lo que les he
enseñado, ahora dispara, golpéalo, no es un hombre, es tu enemigo, tu enemigo,
recuerda el techo cayendo sobre ti, recuerda que las paredes no tuvieron
piedad, no cuenta los años que cumples, es tu maldición, tu locura, el nacer,
crecer, sentirte una piedra que alguien más pateará, dispara ese fusil, no seas
necio, tú no tienes una vida propia, eres mis nudillos y mira como golpeo el
suelo con ellos, mira cómo el mundo gira y tú te quedas de pie, sangrando,
llorando, ¿buscas una identidad?, ¿buscas alguien que te quiera?, ¿alguien que se
preocupe por ti?, ¿sientes dolor?, pues el dolor te ayudará a sentir que no
respiras en vano, ponte esa ropa y sal a matarlos, recuerda tu misión.]
Se
escucha un extraño eco aquí, fuera del sistema solar. Las canciones no tienen
fin, la humanidad es un papel en blanco, estrujándose una y otra vez. La
batalla debe haber terminado, yo prefiero seguir en el espacio y pasar de una
galaxia a otra, luego la llegada hacia un agujero negro, llego al horizonte de
sucesos, me atrapa, todo es azul, blanco, gris.
No
siento cuando levantan mi cuerpo, tampoco cuando me colocan en la camilla. Despierto
muchas vidas después, me veo en una habitación como la de mi niñez, temo que el
techo me aplaste, que las paredes atrapen nuevamente el silencio. Es un milagro
que hayas sobrevivo, eres un héroe ─dice la voz─. Nosotros, ellos, azul, negro,
arriba, abajo, con, sin, todo es una dualidad, una disyuntiva, una paradoja. No
sé si estoy vivo. Quizá lo descubra cuando cierre los ojos. Mientras tanto,
quiero seguir en el espacio.
[Es una sombra, me
dice que viene del pasado, del futuro, de unas baldosas sin tiempo, su timbre
de voz atrapa mis pasos, nuestras historias son un eterno domingo por la tarde,
caminando entre la melancolía de no saber si respirar tiene sentido y la ironía
de ver las puestas de sol y contener el llanto. La ráfaga de viento en medio
del mar cubre nuestras mentes. Caigo al agua. Abro los brazos. Quiero seguir
flotando en el viento, se siente paz. No me dejes volver, no lo quiero. Me extiende
la mano. Tu misión aún no ha terminado ─me dice─, falta ganar tu batalla, la
verdadera batalla.]
Vuelvo
a mirar el techo. En este nuevo escenario soy un trovador que mira hacia el
infinito. Y en ese infinito, el reloj vuelve a cero.
Es
que, después de todo, la vida es como un laberinto de acordes disonantes, avanzamos
en silencio, peleamos. Y al final, volvemos a casa, a contemplar las paredes. Como
hombres ordinarios.
La melodía original de "Us and them" fue compuesta por Richard Wright para la banda sonora de la película "Zabriskie Point" de 1969, titulada originalmente "The Violent Sequence". Rechazada por el director fue retomada durante las sesiones de grabación del álbum "The Dark Side of the Moon" (1973), con letras de Roger Waters.
Canción número cinco.