domingo, 18 de diciembre de 2022

Las canciones: Parte nueve. Wish you were here (Pink Floyd)

 Mis ojos, mi rostro, como un sueño.

 

Caminaste bajo la lluvia, divisaste universos ocultos. Recordaste un pasado que te era ajeno a pesar de haberlo vivido, soñado, tocado, a pesar de haberlo descrito y dibujado por décadas. Sientes el aleteo de las gaviotas, te ves a la entrada del muelle. Los barquitos, escuchas que alguien te dice, eres un niño, tienes miedo, corres pero vuelves a los brazos de tu abuela, te acaricia el rostro, luego quedas de pie en la madrugada, ves la pista, el rastro de sangre volando como luciérnagas que pierden la luminosidad, que se desvanece, que te hiela la voz, que te hace derramar lágrimas por días, semanas, y tiemblas y cuentas los meses hacia atrás y pierdes el habla y recuerdas que tienes un nombre y ese nombre cruza las avenidas, se pierde en la garúa, en el polvo, entre los papeles, tus abuelos siguen a tu lado pero tus huellas se borran tras estruendos, quieres voltear, aprender a volar.

 

Volar, dices mientras sigues observando el vacío de tus pupilas.

 

Ves las nubes dejarse arrastrar por el viento, se va un año, cinco, atraviesas las puertas, eres una isla atrapada en el mar, eres la luz del faro pero no guías, no iluminas, eres canciones que se quedan en tu mente, eres silencio, eres estruendo atrapado entre un amasijo de neuronas, entre fantasmas horizontales, que vuelven a cruzar avenidas y se quedan tatuados en el suelo, húmedo. Te recluyes sin hacerlo, sin que nadie se percate, disfrutas de no tener voz, sueltas las manos y te pierdes en el laberinto de palabras, una sobre otra, entre miles de papeles amarillos, en cuadros, en líneas verdes, infinitas.

 

Volar, levantarte, dijiste.

 

El vértigo se lleva tus nervios, eres invisible, nadie lo sabe, nadie conoce el secreto de las baldosas, de los pisos de madera, de los crujidos del viento. Te haces un hombre en esas incandescentes calles de bronce, de miles de subidas y bajadas, todas llenas de polvo. Aprendes como entrar al laberinto, por momentos corres, por momentos te refugias, conoces los rostros, las dimensiones alternas; quieres correr otra vez, pero ahora no vas solo, tienes de la mano unas líneas delgadas, pequeñas, se cortan, se cruzan, se mezclan como cientos de timbres de voz, como paseos alrededor del mundo, de ilusiones salpicadas como gotas de garúa en una de esas tantas ventanas, de almohadas, de mañanas interminables. Luego vuelve el dolor, te enfermas de romper las páginas en blanco, coleccionas cicatrices, te preguntas dónde queda, dónde vive toda esa magia.

 

¿Es real?, te preguntas cada tarde de domingo, ves cabellos al viento, ves sonrisas azules, ves canciones volando como almas solitarias, atrapadas en un inmenso, interminable océano; unas fotografías, unas escaleras, unas puertas cerrándose, una mirada triste, un invierno, un verano, unos meses que duran más que años completos, vueltas al sol sin respirar; eres frágil, vulnerable, ves un puente, un paseo de piedras, arena, miles de cielos diferentes, coges una mano, la sueltas, te suelta, no te atreves a saltar. Ella. Ella, sí.

 

Caes en cuenta que perdiste el rastro, olvidaste cómo volver a casa. Te pones delante de todos, como un arbusto, como una nube. Pero nadie te ve. Observas tu propio rostro, tus ojos cerrados. ¿Un sueño?, quizá.

 

Y en cada puesta de sol piensas en tu casa, cuando todos se han ido, cuando nadie te escucha. Y llamas casa al lugar donde sonreíste por primera vez, donde te sentías protegido, miras los paraderos, los autos, no quieres subir a ningún auto porque ninguno te llevará hacia allá.

 

Aquí hago una pausa. Me pongo a tu lado, imaginamos juntos. Tú, mirando nuestro rostro inerte. Yo, contando nuestra historia.

 

Piensas en esa voz que te arrulla, en ese rostro al amanecer. Te ves dormido. En una cama, en el piso, en el mar, en el cielo, en la carretera, en el asfalto, es 1975, 2018, 1987, 1995, 2007, 2002, 1992, 2005, 1982, 2013, 2022, tienes miedo, tiemblas, sientes que quieres correr, que no quieres estar en ningún lugar, que no te duele golpearte contra las paredes, coges tu rostro, no te reconoces, te estrujas, te duele el crepúsculo, te duele los libros, te duelen las canciones. Luego piensas en esas manos delicadas, en ese color de ojos, das tumbos, piensas en todos los momentos en los cuales abrazaste el silencio, no te dolió la lluvia, piensas en esos árboles inmensos cubriendo el sol, en esas hojas cayendo sobre tu rostro, destruyendo tu alma.

 

Te cansaste de caminar. Viste el mundo una última vez. Recordaste un rostro, una voz, una mirada. Un sueño, una frustración, una soledad, un laberinto, un miedo a volar. Sí, a volar. Y de pronto, lo estás haciendo.

 

Y sí, deseamos vivir dos veces, una para escribir todos esos recuerdos, la otra para sonreír de nuevo, o dejar de hacerlo. Te ves en silencio. Y estamos acostados ahí y te hablo y me miras. Vamos a escribir una historia juntos, deja ya de pensar.

 

—Ojalá estuviéramos otra vez ahí, mirando los barquitos, el atardecer, por las calles a media luz.

—Decirte confía, respira, sueña, no te rindas.

—Ojalá no fuera el viento, ni las nubes, ni el infinito.

—Y mirar el cielo y recordar nuestra voz. Y estar, aquí.




«Wish you were here» es una canción de la banda inglesa Pink Floyd, lanzada en el álbum del mismo nombre en 1975. Escrita por Roger Waters, la canción y el concepto del álbum giran en torno a sentimientos de ausencia, crítica a la industria musical y en especial a Syd Barret, el antiguo líder de la banda, el cual tuvo que abandonarla por problemas mentales.

 

Canción número dos.



jueves, 24 de noviembre de 2022

Las canciones: Parte ocho. If I fell (The Beatles)


Escribo esto la madrugada del domingo, una y diecinueve de la mañana. Anoche salí con unos amigos, la previa del cumpleaños, wow. Nos fuimos temprano, como a las diez y media, yo solo dos chilcanos, música alta, mucha gente, piqueos, conversaciones, silencios, risas; salimos hacia la avenida Aviación, ¿tú te vas caminando desde aquí?, sí, les dije, son como doce cuadras, bastante, me dijeron ellos, pero vamos, ¿les parece?, como conversando, y eso hicimos, he recorrido esto cientos de veces, los mismos edificios, las discotecas, los karaokes, los restaurantes, hoteles, carros, paraderos, chicas en grupos de tres, de cuatro. Hace semanas que no hago esta ruta, les dije, ellos conversaban, escuché algunas cosas, cerré los ojos intermitentemente, ah los postes, los semáforos, la noche tibia, la luna llena. Al llegar a San Borja Norte recordé por qué no he vuelto a caminar por aquí: vi la banca vacía, frente a la pileta. Ellos seguían hablando, yo dije algo en voz baja, algo como describir la banca, la madera, la oscuridad de la noche.


El estar en cuclillas, delante de ella. Sí, de ella. Mirarla a los ojos, ver el brillo de sus pupilas. Ella lloraba, la abracé.

 

«...’cause I’ve been in love before, and I found that love was more than just holding hands…»

 

Nos tomó veinte segundos cruzar la avenida, me tomó cinco regresar diecisiete años en el tiempo: no estaba muy lejos de aquí, Aramburú con Panamá, y quién lo diría, años después trabajé en el edificio que veía mientras caminaba sin rumbo. Ella regresaba a Chiclayo, era domingo, no era la una de la mañana, era las siete, ocho de la noche quizá, su tía nos acompañó a la agencia. En ese tiempo, ella venía a Lima y se quedaba en casa de su tía, en Jesús María, ¿tantas cosas llevas?, le señalé la bolsa de rafia, de asas, no te rías, mi tía me la prestó, llevo los duendes de jardín que me pidió mi mamá; no conversamos mucho en el taxi, en algún momento nos abrazamos, me miró, nos dimos un beso breve, imaginé un atardecer del color de sus ojos, caminando de la mano, en algún lugar, en algún momento del que jamás tendría memoria. Mi tía, dijo despacio mientras se apartaba, y ya no estábamos en el taxi, hacíamos cola con la maleta y la bolsa. Nunca había estado en este sitio, me van a cobrar exceso de peso, ya, yo te presto, ¿de verdad?, luego vimos la salida hacia el bus, dio unos pasos, sonrió. Me quedé a despedirla con su tía, yo estaba triste, increíblemente triste, el bus pasó por nuestro lado, ella estaba ahí, en la ventana, sonriendo, diciendo adiós. Tenía su carita en la mente hasta mucho después de perderla de vista; me despedí de su tía, pasé por ese edificio donde comenzaría a trabajar siete años después —caigo en cuenta que pasaron exactamente siete años. Caminé sin saber por dónde iba, pensando en su rostro, en sus ojitos chinitos, en su voz, su preciosa voz ronquita, tan dispar al ver su rostro y su figura tan delicada, tanto que no lo podías creer, ¿de verdad es tu voz?, sí, tarado, lo es, me dijo la primera vez que conversamos por teléfono. Crucé por Canaval y Moreyra, —ahora sé que era esa avenida—, pensé en la otra noche en Plaza San Miguel, abrazados, tanto que era como volver a sentirla, como decirle en silencio: ¿sabes?, eres delicada pero a la vez decidida, frágil y fuerte, y miraba el cielo, tienes la fortaleza que yo no tengo, incluso hasta el día de hoy.


Caminé mucho, encontré un teléfono público, la llamé. Hola, hola mi amor, ¿qué estás haciendo?, caminar sin rumbo, aquí ya están pasando la cena, no tengo mucha hambre. La quise mucho en esos dos minutos que duró la llamada, luego corté, doblé por quién sabe qué avenida, seguí mi camino hacia Javier Prado, subiendo, bajando, vi un micro, recordé que el otro día subimos a uno parecido, rumbo a Jesús María, estábamos serios, sonó una balada de fondo, no nos hablamos, solo la miré, me acerqué, nos besamos.

 

Y solo había pasado semana y media desde que nos vimos por primera vez —dije en voz alta. Vi la estructura del tren, arbustos, estábamos llegando a San Borja Sur, ellos no me escucharon.

 

Los Beatles, claro. Digité eso en el buscador. No sabía que hacer, así que pensé en buscar listas, foros, gente a la que también le guste los Beatles. Salió una lista de la Católica, ese fue el comienzo. Mandé un correo, ella fue la primera en saludar. ¿Cuándo fue eso?, junio, julio quizá, 2005. Soy de Chiclayo, vivo por Santa Victoria, dijo en la primera conversación. Que había terminado con su enamorado, se sentía un poco triste, le escribí, ella no respondía, no sé por qué le puse que me hiciera caso, no podría hacer eso ahora, pero ella me comenzó a escribir, tanto que se nos hizo una necesidad estar conectados, ¿los Beatles?, siempre fueron mi banda favorita, tengo discos en mi casa, posters, cancioneros, yo también tengo cancioneros, hasta traducidos, ¿de verdad?, sí, te los voy a regalar, anda, en serio, yo soy fan de Lennon, yo de Harrison, ¿algún día vendrás a Lima?, siempre viajo para allá.

 

 «…if I trust in you, oh please, don’t run and hide…»

  

Viajaré en agosto, me dijo, habrá una tocada Beatle en Barranco, aprovechemos en ir. Me puse a mirar la calle desde la ventana del carro, subía por Bolívar, estaba llegando a Brasil. ¿Nos encontramos en Plaza Vea de Bolívar?, está bien, ¿siete?, sí, a las siete. Días antes me mandó una foto, había un arbusto, delante estaba ella, una chinita de cabello marrón, sonriendo. La estaba observando, memorizando cada facción de su rostro, cuando en eso subió una chica. La miré. No, no es ella, ella no va a subir, ella me va a esperar allá, tiene un congreso de estudiantes o algo así, por el Círculo Militar, calma esa ansiedad, falta poco. El semáforo estaba en rojo, cambia, cambia, ¿tanto demoras?, quise cruzar, me contuve, miré a lo lejos la entrada del supermercado, me cogí el cabello varias veces, había poca gente afuera, no, no está ella, no dejé de mirar mientras me acercaba, esquivando, apurando el paso.

 

—¿Qué planes para tu cumpleaños? —me preguntaron.

—Nada, el lunes salgo de vacaciones, veré todos los partidos del Mundial. De repente salga en la noche.

 

Estaba en la puerta, esperando. Siete, siete y cinco, siete y seis, siete y ocho, siete y diez. Guardé el celular. Soplaba un viento débil, no hace mucho frío, eso que es agosto. Tampoco hace frío ahora, solo que ya es noviembre, ellos siguen conversando, yo escucho, que la vida en pareja, que la convivencia, que es complicado, que el trabajo, que si falta mucho para llegar, que camina, falta poco, que nos reímos, que digo un par de cosas y luego me aíslo de nuevo, que veo sus espaldas, que me pongo al lado, que quiero decirles que alguna noche hace cinco años discutimos saliendo de la Rambla, que ella se adelantó, caminó muy rápido, yo la seguí, se detuvo en esa banca de San Borja Norte, que me acerqué, que le pedí perdón, que me miró, que nos abrazamos, que era de noche pero muchos, muchos años después de la noche en que nos conocimos, que lo pienso pero no les digo nada, y sí, esa noche sacaba a cada momento el celular, uno muy diferente al que acaricio ahora en el bolsillo, veía la hora, lo guardaba, en algún momento me acerqué al teléfono público para marcar su número, me lo sabía de memoria, aló, dónde estás, estoy adentro, dónde estás tú, pero quedamos en vernos en la puerta, ¿hace rato has llegado?, sí, ahí salgo, espérame, pero no, no la esperé, colgué y me acerqué a la puerta.


Entré, las personas salían con sus bolsas, empujaban sus carritos, con niños, en pareja, una chica le sonríe a un chico, van de la mano; ¿mañana sábado vas a ir a trabajar?, me distrae, dejo de pensar, ¿oye falta mucho?, yo vivo a altura de la treinta y seis de Aviación, faltan tres cuadras, ya me duelen los pies, no estás acostumbrado a caminar, ¿no? Carritos de supermercado, más parejas, más señoras, por las ventanas se ve la calle, la gente sale, dan la vuelta hacia la avenida Garzón, la casa de mi tía está por ahí, me dijo, a unas cuadras, nos encontramos y si quieres vamos para allá, ¿segura? En eso dos chicas se acercan, una más alta, no la reconozco, a su lado, hacia mi lado, una chinita pequeña, cabello claro, sujeto en una cola, está por pasar, me basta dos segundos para tener para siempre su rostro retratado en la memoria, y lo recordé en ese camino desde Aramburú hacia Javier Prado, lo recuerdo en este trayecto con mis amigos hacia la treinta y seis de Aviación, lo recuerdo sin escuchar lo que ellos conversan, yo hablo en voz baja, no me oyen, pero ella, en ese momento, sí.


La llamo por su nombre, voltea. El marrón de sus ojos se ilumina, sonríe. Tiene un jean azul, blusa, es muy, muy bonita, más que en la foto que me mandó, me concentro en su rostro, en su mejillas, en sus cejas, tan bonita que siento que puedo acariciar su sombra, sus pasos, como quedarse de pie contemplando la luna hora tras hora, sin cansarse. Es la chinita más bonita que he visto en toda mi vida. Dice mi nombre con ese timbre ronquito que me llamó tanto la atención, no pude asociarlo con su rostro, no, no corresponde, le dije, me rio y esa noche también lo está haciendo mientras me mira, podría jurar que el mundo se ha detenido, como besarnos en silencio sin que nuestros labios se toquen. Miro su carita, la acaricio sin hacerlo, le tomo las manos sin acercarme, la abrazo sin caminar a su lado ni un solo segundo, quedamos petrificados, como fotografiados por esas viejas cámaras con trípode de madera, como si un fotógrafo invisible nos hubiera dicho posen hasta que yo les diga y ese tiempo siguiera transcurriendo. 


Luego nos saludamos, la besé en el rostro por primera vez, la primera de millones de veces, me presentó a su amiga, es arequipeña, nos conocimos en el congreso ese, no, estudiantes no, somos profesionales, recuerda, somos psicólogas, sí, lo siento, lo olvidé, no nos percatamos cuando la despedimos, días después me contó que ella nos analizó en esos cinco segundos que nos saludamos, ¿por qué hacen eso ustedes las psicólogas?, que vio como nos miramos y como nos flechamos, así, con ese término. Y luego ella volteaba y se reía, nerviosa, igual que yo.


Siento que le hablo: no te lo dije en ese momento, pero no sabía qué diablos decirte, solo tenía conciencia que debíamos caminar las cinco cuadras hasta la casa de tu tía, que si seguías a mi lado, caminaría los setecientos kilómetros hasta Chiclayo, mirarnos, acariciarnos sin siquiera tocarnos, reír, caminar por años, décadas. La calle se comenzó a poner más oscura, bajamos por Garzón hasta que llegamos a un condominio, abrió la reja, entramos por la derecha, subimos a un segundo piso, no quiero entrar, le dije minutos antes, no recuerdo qué más dije en el camino, solo la contemplé, como semana y media después mientras me decía adiós, o como ahora, que recuerdo su carita, que hemos pasado ya San Borja Sur y me acuerdo de ella diciendo nuevamente mi nombre. Entonces nos sentamos en las escaleras, ¿te parece?, sí, conversemos un rato.


Ya estamos cerca, les dije. Me apuré en recordar esa primera conversación, y sí, tú no estás aquí pero igual quiero hablarte como si lo estuvieras: en un momento me dejaste hablar y te comenté sobre libros, sobre Beatles, sí, conversemos sobre Beatles, las canciones, las letras, una de mis cancioneros favoritas es Rain, ¿no la has escuchado?, no la recuerdo, la tarareé, no, no la recuerdo, conversamos sobre la tocada beatlera a la que iremos el lunes, el feriado, bandas de chicos de acá, va a estar mostro, te hablé sobre Sabato, ¿no has leído El Túnel?, te pregunté como sorprendido y días después me dijiste que te gustó que hable sobre mis libros y sobre mis hobbies, tú me escuchabas y tu rostro era como dibujado en una escuela de arte, como sacado del cielo, de una noche estrellada, con luna roja y a la vez con crepúsculo, y con nubes blancas y ahora con una luna azul, blanca, celeste.


Me dijiste que cantabas, ¿de verdad?, te dije cántame una, no quisiste, insistí, te negaste, luego cantaste bajito, no te escucho, me acerqué, puse mi oído cerca a tu boca, susurraste algo, en eso sentí que me rozaste. Volteé, te miré y la mirada que nos dimos fue como un viaje por el tiempo, estoy aquí, en el presente, escribiendo esto, pero también estoy llegando al cruce de Aviación con Angamos, estoy en Javier Prado, luego de despedirme de ti, de caminar sin rumbo, de subir por el puente, de sentir vértigo, luego de llamarte por teléfono, luego de pasar una semana y media juntos. También estoy ahí, a tu lado, sentados en la escalera, ¿sabes algo más?, quisiera escribir una canción con tus labios, con tu cabello iluminado, con tus ojos marrones como la tarde, como coger un crayón y dibujarnos caminando de la mano, bajo el cielo de Miraflores, tocándote el rostro, abrazándote, leyendo tus pensamientos; salir de aquí, bajar al primer piso, retroceder, ir de espaldas, hacer el mismo recorrido por Garzón, ver aparecer las tiendas, los carros, iremos a Galería Brasil a comprar discos, te diré más tarde, llegaremos otra vez a la entrada del supermercado donde te vi, sentiré tu perfume, el viento, los rostros invisibles de la gente, y no, no me quedaré de pie; en eso cierro los ojos, tengo tus labios por primera vez, somos jóvenes, nos quedamos en silencio por un minuto, dos, invento una conversación, ¿los Beatles?, ¿cuál es la canción que más te gusta?, son varias, ¿cuál te recordaría a mí?, pienso rápidamente, If i fell, por supuesto, y la cantamos, no, mejor cántala tú, y de verdad cantas muy bonito, ¿cómo haces para modular tu voz?, pasa de ser tan ronquita a ser muy fina, muy melódica, pero tienes que hacerme armonías, yo no canto, pero toco guitarra, ¿en serio?, sí, ¿y sabes otra cosa?, el tiempo regresa, se detiene, estás otra vez aquí, a mi lado, John Lennon canta el inicio, suena la guitarra, el redoble, no te veo diciendo adiós por la ventana del bus, no veo la avenida Aviación, abro los ojos, estás ahí, cantando conmigo.

 

El resto de la noche olvidamos mirar hacia la luna. Preferí mirar tus pupilas, tus cejas, tu sonrisa.

 

—Es aquí —les dije.

 

Piden un taxi por aplicativo, esperamos algo de cinco minutos, el auto llega. Pásala muy bien, me dicen, gracias por acompañarme, caigo en cuenta que mi cumpleaños será en tres días, me abrazan, suben al auto, se van. Yo cruzo la pista.


Al llegar a mi cama, pienso que esa noche no terminó ahí, continuó hasta que la vi subir al bus, hasta que la llamé, hasta que me dijo «mi amor» por primera vez. Y me cuento esto, tratando de sentir nuevamente el calor de su cuerpo. Recordando los detalles, tarareando nuestras canciones, narrando instantes en la mente, con su voz.


Imagino el final de la noche de la banca, tal como sucedió: dejamos de discutir, nos abrazamos, nos decimos que nos amamos, regresamos al departamento.


Termino de escribir, pensando que de una u otra manera, la vida nos juntó a pesar que sabía que no me quedaría con ella, que la perdería. Que estaríamos esa noche de agosto del 2005, que la vería irse en un bus, que nos separaríamos para siempre. Y para siempre duró ocho años, hasta esa tarde del 2013, que quedamos en vernos a la salida de mi trabajo, del mismo edificio por el que pasé la noche que nos despedimos. La vida nos permitiría estar juntos hasta octubre del 2018, hace cuatro años, cuando definitivamente la perdí.


Y recordamos todo eso muchas veces, casi incrédulos, a pesar que nunca regresamos a ese sitio. Desde la calle, en medio de los árboles, en nuestra cama, mirando el mar de La Punta, de Miraflores, de Paracas, de Huanchaco, de Pimentel. Aún no puedo creer que el tiempo haya pasado de esa manera. Y es lo último en lo que pienso antes de quedarme dormido.

 

Pero no, chinita bonita, no te perdí. Vives aquí, por siempre.

 

«… if I fell in love with you…»




«If I fell» es una canción de The Beatles, incluida en el álbum A hard day’s night (1964), y parte de la banda sonora de la película del mismo nombre. Compuesta por John Lennon, fue según sus palabras el primer intento de una "balada digna", precursora de otras grandes canciones, como «In my life».


Canción número tres.