jueves, 31 de diciembre de 2020

Las canciones: Bonus Track. Flaca (Andrés Calamaro)

─El sábado a las ocho, ¿está bien?

Los autos subían y bajaban por la avenida Aviación. Su sombra se siente cansada, es pálida comparada con la que deja el tren. Levanta la mirada: uno, dos, siete, ocho vagones.

Cruzó la pista con el semáforo en rojo. Aceleró el paso, agachó la cabeza, llegó al otro lado, se acomodó la bota del jean una, dos veces. Vio las bancas de madera, donde suele sentarse para tomar el fresco.

─En las banquitas, ¿te parece? Las de las plantitas.

Quiere ir lento pero no puede. Observa las torres, una persona sube las escaleras, otra mira por la ventana. Ve la primera banca: una señora sentada en ella cogiéndose el cabello, reniega en silencio; ve las bancas del frente, pero esas no tienen las plantas que lo ocultarían momentáneamente del mundo, avanza, ve la siguiente: una pareja tomando una gaseosa, comiendo algo. Coge el celular, mira la pantalla. No hay notificaciones. Lo guarda, maldice por no haber visto la hora, vuelve a sacarlo: son las siete y cincuenta y seis, ella ya debe estar cerca, saca la cuenta mentalmente, quizá llegue ocho y cuarto, nunca fue puntual; ve una banca vacía, no ve a nadie acercarse, igual se apura en llegar. Se sienta. Saca el celular, nuevamente no repara en la hora, abre Facebook, desliza varias veces la pantalla, nada le llama la atención, entonces busca su perfil: esa foto la ha visto ya dos millones de veces, cuatro en este día. Ella sonríe mirando de frente a la cámara con esos enormes lentes oscuros. Agranda la foto, intenta mirar por el reflejo de los cristales, la agranda al máximo, se nota que alguien más la tomó, se incomoda, cierra la foto, desliza nuevamente la pantalla, no hay ingresos nuevos desde hace doce días, abre otra aplicación, la vuelve a cerrar, abre otra más, apaga la pantalla, la vuelve a encender, esta vez sí repara en la hora: siete y cincuenta y ocho, ¡mierda! ─maldice por segunda vez─, se coge las cejas, mira hacia el frente.

Piensa en su sonrisa. Su sonrisa. La que es capaz de iluminar la mitad de la ciudad.

─Me dará gusto verte de nuevo, ¿hace cuánto ya?, ¿año y medio?

Un auto se detiene en la auxiliar, lo mira, no es el auto azul marino que ella conduce, mucho menos la camioneta roja que compró el 2011. La camioneta roja. 2011. Mira hacia el frente. Son ellos dos, nueve años más jóvenes. «Baby ─sonríe─, para que memorices mi placa: B de bella, sigue el 4, o sea four, y E de ever, bellaforever, 5-5-2, cincoparati, cincoparamí, losdos, ¿captas? ...». Iban de la mano, ella sin parar de hablar, el viento jugando con su cabello. «Ojalá los cines estuvieran abiertos para ir como antes, ¿te acuerdas cuándo íbamos al cine de la Brasil?, claro, yo llegaba y te esperaba, tú siempre demorabas y yo me iba caminando por toda la cuadra, daba la vuelta, volvía a pasar por el cine, veía todos los posters, los precios de las entradas, seguía de largo hasta la esquina, cruzaba la pista y me iba por el otro lado, jajá, eres loco baby, tú siempre demoras mucho Princesa, siempre te tengo paciencia…».

Paciencia, paciencia. He tenido mucha paciencia ─se dice a sí mismo─. Trata de buscar la luna, pero el cielo está muy oscuro, se levanta un momento, pero decide no irse. Se sienta. El auto que estaba al frente arranca. Mira hacia atrás, las tiendas están cerrando, ¿qué harán cuando ella llegue?, quizá subir a su auto, dar una vuelta, cuadrarse en un parque y en una de esas hablarle al oído, «¿por qué cada vez que te veo terminamos besándonos y la mayoría de veces acabamos acostados?, no lo sé princesa, me gusta estar a tu lado», y siempre terminar escuchando de sus salidas, de sus viajes, siempre mirando la hora y poniendo el freno, «hasta las siete, hasta las seis, hasta las cinco, ya me tengo que ir», piensa en el tiempo a su lado, piensa en su voz, piensa en las discusiones.

Piensa en todas sus infidelidades. Se soba los ojos, se coge el cabello. Respira.

─Qué milagro me escribes, ¿cómo has estado? Qué bueno saber de ti, te llamo, ¿ok?

La gente sigue pasando, una señora con su hija, tres muchachos con latas de cerveza.

Baby, quedamos vernos hoy viernes?

─Hola, no, quedamos para el sábado.

─ ¡Ah, sábado!, pensé que era hoy, qué bueno porque estoy muy cansada, he manejado hasta Ancón y recién llego a casa, te veo mañana entonces, ¿sí? Ok, ok, cuídate.

 

Ocho y ocho. Guarda el celular. Pierde la mirada entre las casas del otro lado de la avenida, cierra los ojos. 2011, 2012. Quiere levantarse, no puede. Recuerda que trajo los auriculares, se los pone, los conecta, abre la aplicación. ¿Alguna banda de los noventa?, no, rock clásico, no, Beatles, no, Soda Stereo, tampoco, ¿Bed of roses?, no, baladas definitivamente no, borra lo que ha escrito, piensa una vez, piensa otra, una tercera, la pantalla se atenúa, la toca para que no se apague, mira la banca, los maderos, los cuenta, los toca, mira hacia la derecha, las plantas son en realidad dos arbolitos, uno a cada lado, no sabe su nombre, quiere buscarlo por Internet pero piensa que mejor otro día, frente a él hay otro más grande que contrasta con el cemento del piso y la baranda que lo separa de la auxiliar, las luces son amarillas, el tren vuelve a pasar, suspira, observa la pantalla apagada del celular y logra ver algo de su reflejo: el brillo de sus ojos, su semblante. La gente pasa, no lo miran, siente que no existe, que si se para en medio del camino lo atravesarían como un fantasma. Agacha un poco la mirada, ve sus zapatillas, se arregla nuevamente la bota del jean, enciende la pantalla, ve la banca. Quizá no es buena idea ─piensa─. Enciende la pantalla, digita en el buscador: Calamaro.

 

«…no me claves tus puñales por la espalda, tan profundo, no me duele, no me hace mal.»

 

De repente las palomas revolotean, hay decenas de ellas. La banca no es cómoda, sube las piernas, las cruza, ve los autos pasando por la plaza, un Volkswagen rojo, un tico amarillo. Ve la torre izquierda de la catedral, luego la derecha, la gente caminando, conversando entre ellos. Observa una de las palmeras, mira el suelo.

De pronto están en el salón y la mira. Se acerca y le pregunta si quiere bailar, ella tiene un vestido azul, corto, le sonríe, es blanca como las paredes de la ciudad, sus ojos negros contrastan, son como la noche, la fría noche arequipeña. Bailan por horas. Conversan. ¿Eres de la UNSA?, sí, yo soy de la UNI, ¿se quedarán algunos días más?, no, mañana en la noche regresamos a Lima, quizá podríamos vernos, claro, está bien, ¿te parece mañana en la tarde en la Plaza de Armas? Horas después su hermana la llama, es más baja que ella, no se parecen mucho, se despiden, logra memorizar su número, tienen que irse, viven lejos del centro, y mientras se va suena la nueva canción de Calamaro, esa que tanto odia y que ha escuchado cientos de veces durante esta semana de octubre. Octubre, 1997.

Mira el cielo. Va cayendo la tarde y es tan celeste que casi se puede tocar la cima de las montañas. Pasa un lustrabotas, le mira los zapatos, pasa un vendedor de algodón dulce, los niños lo siguen. Pasan quince minutos ─las nubes tan blancas─, pasa media hora ─los autos se detienen, avanzan─, pasa una hora ─empieza a atardecer─. Ella no llega, nunca llegará. Se levanta. Da dos pasos. Era la chica más linda de la noche. Mira por última vez las palmeras, cruza la pista, ve un teléfono público, mete la mano en el bolsillo derecho, acaricia el papel donde anotó su número para no olvidarlo, no lo saca, sigue de largo. Voltea la esquina y desaparece.

 

«…un perro ideal que aprendió a ladrar, y a volver al hogar para poder comer.»

 

Suspira. Los autos siguen pasando, suben, bajan por la avenida, vuelve a pasar el tren, ya no cuenta los vagones ni mira hacia atrás para ver como cierran las tiendas. Se quita los audífonos. Mira el arbolito, se mueve levemente con el viento, quizá como ella, acumulando miradas en algún lugar de la ciudad.

Vuelve a coger el celular. Aprieta los labios. No mira la hora, lo apaga. Luego se levanta. El viento también golpea su rostro, una pareja pasa frente a él, conversan, ríen. Llega a la esquina, espera que el semáforo cambie a verde para cruzar.

No se detiene, no mira hacia atrás.

Minutos después observa el techo de su habitación. Siente una breve nostalgia, luego sonríe.

Cierra los ojos. Deja de pensar.





"Flaca" es una canción compuesta y publicada por Andrés Calamaro en 1997, incluida en el álbum "Alta Suciedad".

sábado, 21 de noviembre de 2020

Las canciones: Parte Seis. Us and them (Pink Floyd)

«Bueno, quiero decir, no te van a matar, así que si les das un golpe rápido ─un golpe corto y fuerte─, no lo vuelven a hacer. ¿Captas? Quiero decir que se bajó de la luz, porque podría haberle dado una paliza, pero solo lo golpeé una vez. ¿Es sólo la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto? Quiero decir, los buenos modales no cuestan nada, ¿eh?».

 

Veo la luz. Siento las constelaciones parpadear a lo lejos, la vida es un viejo reloj de arena. Todo es un mundo dentro de otro y otro, girando alrededor de mis ojos. Siento la tierra en mi rostro, el ruido es ensordecedor y a la vez diáfano como agua de lluvia. La utopía de sobrevivir a una caída horizontal es como abrir los ojos y descubrir que en realidad jamás existimos, que no somos reales. Que somos el resultado de una batalla de palabras latiendo como un corazón, gritando por sobrevivir.

 

Peleamos durante horas, el general mandó a las líneas adelantarse, luego llegó el desastre. Grité por horas, como una canción que no tiene fin. Sentí una explosión en el pecho, caí.

 

[De niño, la soledad era una puerta cerrada, un techo que se acercaba hacía mí para aplastarme, unas paredes que atrapaban el silencio hasta dejarlo del color más oscuro que existe, solo atinaba a taparme los ojos, el mundo giraba más lento, las horas se vuelven una marcha por el desierto, como saltar sin paracaídas y sin saber la altura ni si el viento me sacaría de esta ciudad. Crecí pensando que el espacio era el paraíso de mis pesadillas, nadie me dio la mano y me dijo levántate, las calles eran piedras que me hacían tropezar, indolentes. El frío no dejaba escuchar mi voz, nadie se percataba de mi sombra.]

 

Ellos se fueron. Me vi flotando en otra dimensión, la vida se convierte en notas de piano apareciendo y desapareciendo como un camino de ladrillos, puedo respirar, pero no puedo sentir mi cuerpo ni decir ninguna palabra. No recuerdo por qué estaba peleando ni a quién defendía. Nosotros éramos un torbellino de polvo. La marca en el cuaderno que alguien borrará y nadie más se dará cuenta que existió. Los ojos cerrados en una escalera de papel, pensando que en algún momento la guerra se detendrá y dejaremos de pensar que somos marcas en la arena, que alguien escribirá nuestra historia y pondrá nuestros nombres. Mientras eso sucede, veo la luna, sus cráteres, el sol se ve tan pequeño, ojalá pudiera tocarlo. No sé si estoy muerto. Quizá lo estuve desde siempre. Es hora de volar.

 

[Vaya, el cuartel, nos dan órdenes, saltamos, peleamos entre nosotros, no puedo dormir, solo estoy para marchar, para aprender a disparar, para decir sí señor y dar grandes zancadas, la gran pelea llegará pronto ─dijo el sargento─, ustedes deben sentirse felices de entregar la vida, los recordarán por siempre, no pierdan el control, cuando estén frente al enemigo golpeen sin piedad, recuerden lo que les he enseñado, ahora dispara, golpéalo, no es un hombre, es tu enemigo, tu enemigo, recuerda el techo cayendo sobre ti, recuerda que las paredes no tuvieron piedad, no cuenta los años que cumples, es tu maldición, tu locura, el nacer, crecer, sentirte una piedra que alguien más pateará, dispara ese fusil, no seas necio, tú no tienes una vida propia, eres mis nudillos y mira como golpeo el suelo con ellos, mira cómo el mundo gira y tú te quedas de pie, sangrando, llorando, ¿buscas una identidad?, ¿buscas alguien que te quiera?, ¿alguien que se preocupe por ti?, ¿sientes dolor?, pues el dolor te ayudará a sentir que no respiras en vano, ponte esa ropa y sal a matarlos, recuerda tu misión.]

 

Se escucha un extraño eco aquí, fuera del sistema solar. Las canciones no tienen fin, la humanidad es un papel en blanco, estrujándose una y otra vez. La batalla debe haber terminado, yo prefiero seguir en el espacio y pasar de una galaxia a otra, luego la llegada hacia un agujero negro, llego al horizonte de sucesos, me atrapa, todo es azul, blanco, gris.

 

No siento cuando levantan mi cuerpo, tampoco cuando me colocan en la camilla. Despierto muchas vidas después, me veo en una habitación como la de mi niñez, temo que el techo me aplaste, que las paredes atrapen nuevamente el silencio. Es un milagro que hayas sobrevivo, eres un héroe ─dice la voz─. Nosotros, ellos, azul, negro, arriba, abajo, con, sin, todo es una dualidad, una disyuntiva, una paradoja. No sé si estoy vivo. Quizá lo descubra cuando cierre los ojos. Mientras tanto, quiero seguir en el espacio.

 

[Es una sombra, me dice que viene del pasado, del futuro, de unas baldosas sin tiempo, su timbre de voz atrapa mis pasos, nuestras historias son un eterno domingo por la tarde, caminando entre la melancolía de no saber si respirar tiene sentido y la ironía de ver las puestas de sol y contener el llanto. La ráfaga de viento en medio del mar cubre nuestras mentes. Caigo al agua. Abro los brazos. Quiero seguir flotando en el viento, se siente paz. No me dejes volver, no lo quiero. Me extiende la mano. Tu misión aún no ha terminado ─me dice─, falta ganar tu batalla, la verdadera batalla.]

 

Vuelvo a mirar el techo. En este nuevo escenario soy un trovador que mira hacia el infinito. Y en ese infinito, el reloj vuelve a cero.

 

Es que, después de todo, la vida es como un laberinto de acordes disonantes, avanzamos en silencio, peleamos. Y al final, volvemos a casa, a contemplar las paredes. Como hombres ordinarios.




La melodía original de "Us and them" fue compuesta por Richard Wright para la banda sonora de la película "Zabriskie Point" de 1969, titulada originalmente "The Violent Sequence". Rechazada por el director fue retomada durante las sesiones de grabación del álbum "The Dark Side of the Moon" (1973),  con letras de Roger Waters


Canción número cinco.

sábado, 7 de noviembre de 2020

Las canciones: Bonus track. Yo no quiero volverme tan loco (Charly García)

Los gritos de la gente. Los miró así no reconociera a nadie. Respiró. Una gota de sudor resbalaba desde su frente. Observó el micrófono. A veces no se escucha a sí mismo, otras veces repite o balbucea, otras veces es como verse sentado en el piso de la habitación del hotel: las cortinas cerradas, la guitarra a su lado, las paredes, recuerda lo mucho que le cuesta olvidar las tardes de domingo, piensa en la calle, en el frío del invierno, en la lluvia.

Siente que todos ríen a su alrededor, pero mira y es como si no hubiera nadie, como si aún estuviera en el hotel y lo ahogara la paranoia de tener el papel en blanco y sentir ganas de escribir, de cantar, de ser un maldito bandido en un mundo imaginario, atrapado en un espiral, en un callejón sin salida. Cierra los ojos, la gente sigue gritando, como si fueran miles de infinitos contenidos en un metro cuadrado; se toma la cara, siente su cabello tan largo, nuevamente aparecen las paredes como una desolación de cemento, un laberinto de un solo color buscando un interlocutor.  

Imagina la habitación. Se levanta, la ventana es grande, la corre, mira hacia afuera: hay poca gente, la noche está llegando, no hay luna. En eso siente el estruendo de las personas pidiendo una canción, luego otra. Las conoce todas, las compuso mirando el techo, sentado en el piso, incluso acostado sobre el pasto de algún parque cuando no lo reconocía ni su propia sombra. Los recuerdos pasan por su mente como una especie de paraíso terrenal. Toca el piano de la introducción de la siguiente canción. La noche anterior la tocó en guitarra cuando todos se fueron, solo lo acompañaba una botella de whisky, un vaso, la cubeta de hielo, los deseos de desaparecer.

Apagó la luz, pero no soltó el vaso. Cuando abrió los ojos aún era de madrugada.

Tocó el piano.

Miró por la ventana.

La gente levanta los brazos, delira, corea su nombre.

Pensó en la alegría de sentirse triste, ríe, grita.

Comienza a cantar.

En su mente, la canción cobra vida y se abre paso entre nubes surrealistas, sortea un laberinto de versos mal escritos, de años mirando el silencio. La muerte se vuelve una almohada muy pesada en todas estas noches interminables; canta sobre la locura, sobre la televisión, sobre las penas de las tardes de domingo, luego cae en cuenta que ya no tiene el vaso en la mano, que no está sobre la cama, que cae en un pozo interminable. Mira a la banda, deja el piano, se levanta, canta sobre la paranoia y la depresión. Recuerda nuevamente la madrugada en el hotel: camina hacia la ventana para buscar la luna y aullar con ella, para pensar en la vida como una hoja de papel amarillo que lucha contra el viento, viendo como su soledad se convierte de improviso en el parante del micrófono, desea estrangularlo, aniquilarlo.

En eso siente la descarga.

Cae. La banda sigue tocando, la gente enloquece. Se cierra su mente, mira el cielo: las estrellas brillan como mostrando el camino, como quien dice «toma mi mano, ven conmigo, tenemos tu alegría en el vacío». Se ve saltando, ya no en el pozo sino por la ventana, luchando contra su propia locura, viendo cómo se acerca el pavimento, se hace más grande, cierra los ojos, no hay dolor, incluso recuerda los momentos buenos al lado de alguien, no ve su nombre, solo reconoce su voz y se da cuenta que es un sueño porque en estas escenas ella lo ama y no lo suelta, van de la mano entre caminos de ladrillos, entre soles de mañana, de medianoche. Luego siente los estragos de la descarga. Se molesta al no ver la autopista hacia las estrellas, solo a su banda, al público, a las luces. Se levanta, recuerda que el parante del micrófono representa su soledad y lo patea instintivamente, con furia, no por la electricidad que recorrió su cuerpo sino por la impotencia de no poder tener el valor de regresar a su salto hasta el centro de la tierra. La gente vuelve a gritar. Corre hacia al piano, continúa su canción.

Repite el estribillo, canta más fuerte, grita, siente que es como levantarse del pavimento y ver que no tiene ningún rasguño, como pensar que la muerte se ha equivocado, no saltó con él, se quedó en el piso de su habitación, atrapada en el vaso de whisky.

 «Yo no quiero esta pena en mi corazón».

Luego de la última nota vuelve a pensar en la habitación. Siente que sube a la cama, coge las sábanas, observa el techo como si fuera un gran espejo. Cierra los ojos. Se mira. La gente no deja de gritar. Él los mira.

La soledad es la última constelación del cielo. Todos los aplauden, no dejan de gritar. Se ve recogiendo el vaso, acostándose, cerrando los ojos una vez más. En este nuevo sueño, él se mira al espejo, sin multitud ni más canciones por cantar. Dejando simplemente que el reloj avance. 

Para poder perdonarse a sí mismo.




"Yo no quiero volverme tan loco" es una canción de Charly García, incluida en el álbum "Yendo de la cama al living" (1982). En un concierto en Chile en 1985, Charly García sufrió una descarga eléctrica mientras interpretaba esta canción.


Bonus Track N° 1

domingo, 20 de septiembre de 2020

Las canciones: Parte Cinco. Black Hole Sun (Soundgarden)

Llegamos a la cima. Me sequé el sudor. Lo vi de pie mirando el horizonte. No llevamos provisiones, solo nuestras guitarras. El sol alumbra, nos muestra sus rostros, nos regala la vista del mundo, sus sombras, su amanecer endeble. Hasta ahí hemos huido solo para escuchar nuestras voces y el susurro del silencio, como si se burlara de nuestros miedos. Vencemos el vértigo y la acrofobia. El vacío es como un conjunto de páginas sin titulares, llenas de palabras sin sentido, como un deseo psicodélico por cerrar los ojos y simplemente sumergirnos en el abrazo del viento, como si caer fuera el inicio del final del sufrimiento. Como un horizonte de sucesos girando para atrapar nuestros recuerdos. Miro mis pies para mantenerme por encima del mundo. Él se calza la guitarra, me da la espalda. Luego voltea, es la señal. El intro, la posición de sol suspendida. Comenzamos a cantar.


Ellos toman sus manos, el día comienza con una promesa de no volver a separarse. Acaricia su cabello, lo mira como si fuera la primera vez que examina su rostro. Los árboles los protegen del paso del tiempo, rozan sus manos, miran su reflejo en las pupilas del otro, las páginas de sus libros se desprenden para dejar las fotografías de sus sueños. Han escapado de sus casas, de su mundo, de su historia, de sus viejos pasos celestes para perderse en la inmensidad del flujo intermitente de los rayos del sol. Olvidan sus voces, los enternece el tener que observar sus sombras, fusionadas como una canción con más de un sentido, con más de un cuadro llenando el vano de sus puertas, ahora vacías para siempre. Vuelve a observarlo, sonríe. Lo ve alejarse, apoyarse en los árboles. Parece que intenta auscultar el bosque entero, su voz se vuelve impenetrable. Ella no deja de mirarlo. Afuera nadie los extrañará, son fugitivos de sus palabras. Esta mañana solo desean mirarse. Nadie más se parece a ellos.


No pudiste dormir bien, me escribiste muchas veces hasta que perdí el sentido. "La vida no es lo que esperas, tienes que saber cuando abrir los ojos y cuando dejarlos cerrados, mirar hacia otro lado cuando busques el brillo del sol. El tiempo de los hombres buenos ha terminado". No me saludaste esa mañana, subiste en silencio al avión para nuestra práctica. Había una breve brisa golpeando nuestros rostros. Nos sentamos uno frente al otro. "Nuestro viaje hacia el firmamento se verá terminado cuando nos enfrentemos al agujero negro, nos succionará, nos atrapará, nos llevará al pasado, al futuro, no tendrás las suficientes lágrimas para ver como una y otra vez te equivocas. Ahí debes saber cuando parpadear. Ahí aprenderás como ser un valiente". Nos dieron la orden para saltar. No me miraste, te adelantaste, saltaste antes que yo. El mundo es tan pequeño desde aquí. Cierro un poco los ojos. Y cantamos sin cesar.


No nos detenemos, rasgueamos acordes menores, mayores, en quinta, disonantes, perdemos el compás, lo retomamos, gritamos, no tenemos miedo. Toco la últimas notas, como si delante mío no estuviera el vacío sino una multitud, millones de personas volando por el espacio.

Ella intenta acercarse pero él la evade. Comienza a caminar sin detenerse, ella no puede pronunciar su nombre, no puede alcanzarlo. Ella se desespera, observa el sol, las nubes. Él desaparece.

Despliego el paracaídas, me aferro, siento la fuerza el viento, no hay pausa, todo acelera, el horizonte se vuelve inmenso, interminable. No te veo. Intento buscarte entre las nubes. "Toca la fuerza del viento y vuélvete uno con el sol. Así te harás indestructible. Inmortal".  


Acorde de sol en quinta y termina la canción. Abro los ojos. Estoy solo. Él jamás estuvo aquí, jamás cantamos juntos. Jamás se despidió. Voló hacia su primera mansión.

Los árboles atrapan sus pensamientos, su historia. No lo vio alejarse ni extraviarse en el bosque. Solo la acompaña el rumor del viento. Él partió para siempre. Y ella recuerda su dolor.

Llegué a tierra, recogí el paracaídas. Observé tu mundo, el mundo del cual me hablabas. Hasta que decidiste irte. Solo me dejaste tus palabras: "el viento y yo somos uno, tú debes construir tu propio castillo en las nubes. Y nunca dejes de volar".


Él desapareció en medio de su propia canción.

Sin despedirse, sin tocar mis manos por una última vez.

Volando hacia el final del mundo. Detrás del sol de agujero negro. "Detrás del sol de agujero negro".

 



"Black hole sun" es una canción compuesta por Chris Cornell, publicado como sencillo el 13 de mayo de 1994.

domingo, 30 de agosto de 2020

Las canciones: Cuarta Parte. These are the days of our lives (Queen)

Jueves, treinta de mayo, ahí estaban ellos. Yo asistía al camarógrafo, pero ayudé a trascribir la letra de la canción en el bloc, solo cuatro versos por hoja y numeradas para que él las lea y haga el playback. Lo observé mientras lo maquillaban. Estaba tan delgado, pálido, demacrado, las sombras y la base disimulaban un poco, igual se paró frente a nosotros, como un semidiós. Hicimos el conteo, comenzó a leer y cantar, John en el bajo, Roger en percusión, Brian no estaba en la grabación. No me percaté mucho en el sentido de la letra, pero sí en su presencia, se le veía frágil pero a la vez inmenso. Hizo una toma, la vio en el monitor, quiso repetir porque no le gustó el movimiento de sus manos. Lo volvimos a hacer.


Me vi sentado en el mueble, era una mañana de noviembre, 2010. Los chicos se fueron a la escuela, nosotros salimos un rato después. Subimos al coche. Ella se sentó en el asiento del copiloto. La observé. Miraba hacia la calle. La noche anterior discutimos sobre cosas que ya ni recuerdo, igual se despertó temprano, atendió a los chicos, se alistó, ahora nos estamos yendo juntos, la dejaré en su oficina, luego iré a la mía.

No conversamos. El semáforo nos detuvo. La miro de reojo: sus ojos marrones perdidos en la nada, su cabello lacio cayendo sobre sus hombros, sus manos delgadas una sobre otra, sus labios delineados, sellados, como ocultando su voz. Cogí el timón, la luz cambió. Avanzamos algunas calles más y nos detuvimos. Abrió la puerta. Gracias —me dijo—. Te veo más tarde, cuídate —dije yo—. Bajó y me miró. Sonrió.


Volvió al escenario. Mi compañera pasaba las páginas, él las leía, gesticulaba, no, interpretaba, vivía la canción. En eso reparé en la letra: detenerte, mirar hacia atrás, recordar, ver todo lo que has logrado, tu familia, tus hijos, tu pareja. Hicimos unas tomas más. Bebió un vodka y continuó, como lo más normal del mundo. Yo me quedé pensando en la canción. No era una más del álbum, era la más hermosa. Terminamos un rato después, él se fue junto a la banda. Se despidió de todos, no lo volví a ver nunca más. Cogí mis cosas, me fui a casa. En la noche la vi, estaba muy bella, le conté sobre el trabajo, sobre la banda, esperábamos grabar más videos con ellos, me miró, por momentos sorprendida, por momentos radiante, feliz. Luego sonrió, se iluminó su rostro. Es la chica más linda del mundo.


La oficina aún está a quince minutos. Luz roja. Tenía la radio encendida pero se me dio por escuchar algo de Queen, tenía algunos de sus CDs en el auto, saqué Innuendo, se me dio por poner el track número ocho, mi favorito del disco. Sonó la percusión, el bajo, luego su voz. Miré el cielo, canté, recité la letra. La luz cambió a verde, avancé, algunas cuadras más adelante la canción terminó y la repetí. Mientras veía la calle recordé nuestra vida de jóvenes, cuando nos conocimos, las fiestas, las salidas a pasear, los viajes, cuando la vi luego de grabar el videoclip de esta misma canción, cuando nos casamos, nuestra casa, la llegada de los chicos. Todo lo que hemos conseguido juntos.

Ya en la  oficina, reparé en la foto que tengo sobre el escritorio, la cogí, estamos nosotros, felices. Luego tomé el teléfono.


Le conté sobre el día en el estudio, la canción saldrá como single, es del último disco, terminaremos la grabación cuando Brian vuelva de viaje, la sacarán después. Le conté sobre la parte que más me gustó de la canción. 

La llamé a su oficina. Me respondió extrañada pero no molesta, me disculpé, se disculpó, fuimos breves, quedamos en cenar en la noche, antes de despedirnos recordé el final de la canción y se lo recité.

En la última parte, él cantó «…esos días ya se han ido pero una cosa sigue siendo cierta: cuando miro y encuentro que… aún te amo…», agachó la cabeza y sonrió como asintiendo, después miró la cámara y susurró:

«… aún te amo…». 

Yo también mi amor —me dijo—, luego nos despedimos. Colgué. Observé nuevamente nuestra fotografía, la coloqué en su sitio, después vi el cielo desde mi ventana. Estaba despejado. Los años han pasado, tenemos dos hijos, una casa, una vida juntos. Y ella sigue siendo la mujer más hermosa del mundo.


[… I still love you…]



«These are the days of our loves», fue compuesta por Roger Taylor, baterista de la banda, inspirándose en su familia. La letra de la canción tomó otro significado tras la enfermedad de Freddie Mercury. Su videoclip fue el último grabado por Freddie (30 de mayo de 1991). Incluida en el álbum «Innuendo».


Canción número 7


domingo, 16 de agosto de 2020

Las canciones: Tercera parte. Kashmir (Led Zeppelin)

Abandonamos la carretera. Era mediodía, había cuarenta grados a la sombra. A cada kilómetro, el camino se convertía en un sendero de tierra, luego arena, playa. El sol iba sobre nosotros como satélite artificial registrando nuestros movimientos, nuestras salidas, nuestra respiración.

Escribí una canción fugaz.

En ella nosotros éramos aventureros por el Sahara y por Asia, atravesamos el Himalaya y los Andes, en un parpadeo se convertían en las mismas montañas azules como si fueran una sola; nuestro auto bordeaba los abismos, dejó la playa y se metió en el remolino infinito de las sombras, nos perdimos mutuamente, confundimos nuestro idioma con señales de humo, caímos en cuenta que borramos nuestra mente y la embadurnamos con viajes en el tiempo. Ahí estábamos en la edad de piedra, luego divisamos las pirámides, la Atlántida, el nacimiento del miedo. 

Para ese momento ya nuestros ojos eran galaxias a millones de años luz. Te tomé de la mano. No, yo te la tomé. Dibujamos el amor como manecillas de reloj, luego acaricié tu rostro, yo te miré en esta traslación de huellas en la arena, pude comprender que tu canción nos lleva como alfombra mágica hacia reinos extraños, yo comprendí que no podría mirar a nadie más en esta existencia, nuestras manos se buscaron una y dos millones de veces, es que vivimos en un viaje por las épocas, registrando de nuestro propio puño todo lo que sucede, no nos vamos a separar, no, tenemos la misma mirada clavada en el iris, por eso nos hemos vuelto inmortales, sí, inmortales, vagamos a través de agujeros negros, te tomo de la mano otra vez, siento tus dedos, tu aura extraña de amaneceres interminables y efímeros, leo tu mirada, nuestro camino va del blanco y negro al sepia, al ocre, a los colores del arco iris, me pierdo en tu cabello, yo me pierdo entre tus cejas, trazo tus labios como jeroglíficos en arcilla, cuadro a cuadro memorizo tus facciones, viajamos al pasado, al futuro, somos una interminable paradoja que no comprende de cambios de mirada, combinamos nuestras sombras, sobrevivimos a la caída del tiempo, estoy atrapado entre las líneas de tu mano. 

[De nuestras manos]. 

Una nube solitaria. Un viaje más, veinticinco años adelante, veinticinco años atrás. Escuchamos el hilo conductor de un reloj de arena, hacemos un papiro con recortes de periódico y polvo de estrellas, fotografiamos nuestras propias palabras. Regresamos a la playa de donde salimos, perdidos en África como quien descubre el eco, las polifonías, el dolor.

Mientras, permanece en el aire esa progresión de acordes en afinación celta, todopoderosa. El silencio grita, desesperado. Calla, jadea, retumba. No tiene igual. Explota el universo en un grito. Vuelve a nacer.

Y nosotros continuamos viajando en el tiempo. Absortos.





«Kashmir» es una canción compuesta por Robert Plant en 1974, en un viaje por el Sahara. Años después, Plant la consideraría como "la canción definitiva" de la banda. Incluida en el álbum "Physical Graffiti" de 1975.


Canción número 8.

miércoles, 12 de agosto de 2020

Las canciones: Segunda parte. Entra (Sui Géneris)

Se conocían de toda una vida. Y una vida no hubiera sido suficiente para soportar sus diferencias, arrebatos, sarcasmos. Tiempo después, la habitación se hizo extraña para él, el piso, las paredes, el techo. Seguía con la mirada en la guitarra —de pie contra la pared, sin vida. Eventualmente escuchó los audios de las canciones que grabaron juntos, todas de manera artesanal, como buscando nuevas armonías, sonoridades, incluso la manera imposible de grabarlas de nuevo. Estación tras estación, los meses se suceden inexorables, como quien sube un edificio con sus propias manos y se da cuenta que nunca llegará a la cima.

Quizá fue un sueño o uno de esos eventos metafísicos que perturban la mente, un «error en la matriz» —pensó—, pero de pronto estaban de pie uno frente al otro, él cogiendo la guitarra por el diapasón, ella seria, casaca negra, bufanda, jeans. El cabello castaño suelto, los ojos marrones, él con la misma mirada perdida. La banca de un parque que ambos conocían y a la vez que quedó perdida en el tiempo, habitada por hadas, duendes, por el viento y su canto extrasensorial, furtivo.

Entraron. La sala le pareció extraña, inmensa y pequeña. Bienvenido —le dijo de manera cuasi ceremonial, sonriendo, ambos conscientes que esto no podía ser más que un sueño.

Él se sentó, se acomodó la guitarra, que por momentos era un piano, por momentos una armónica trémolo, y comenzaron a cantar. Se miraron brevemente. En el sueño —o en la realidad—, sus cabellos eran los mismos, sus ojos brillaban por momentos de una manera que desconocían, sus voces rimaban, se acompañaban, armonizaban, incluso forzaban contrapuntos que el oxígeno agradecía, que contaban no solo su historia sino cientos de historias: sus viajes, sus paseos intertemporales, su vuelta al mundo en dos pensamientos, su vida de resquicios y de reinventaciones, como quien observa una supernova y la dibuja en la pared para no olvidar su brillo. Le cuenta de sus canciones inconclusas, de sus historias azules, blancas, verdes, de caminatas interminables, de verse perdido en el bosque y salir pensando que quizá su nombre es la aurora boreal en el manto de la ciudad y su madrugada punzante. 

Y cantan, cantan. Tienen ambos sus voces tatuadas en el infinito. Los acordes se suceden, se inventan, acordes mayores, sostenidos, viajando por los trastes como por una montaña rusa, sin vértigo pero sí con la emoción de que los segundos guardaron lo mejor de su existencia juntos, la que no sucumbió a las diferencias ni al paso del tiempo, como un pozo donde la lluvia siempre cae y renueva el agua, como nubes blancas sobrevolando el portal hacia las constelaciones.

Se hace de noche. El cielo deja de brillar, caen en una cueva onírica, en el siguiente nivel del sueño, las notas se detienen, dejan de mirarse. Pero la canción sigue su curso y en ella, tienen el deseo de quedarse juntos, así sea atrapados en ese laberinto de vientos, con sus recuerdos como papeles amarillos, donde solo pueden mirarse y el invierno no daña más sus conciencias, donde sus palabras no los hieren, los confortan, donde no hay frustraciones, hay un halo que cubre el piso, como alfombra eterna.

«Déjame invitarte a pasar la noche y mañana, si quieres…» 

No. No pensemos en mañana. Sigamos cantando.

El sueño se cierra como una página en blanco. Y ellos siguen ahí, sin existir.





«Entra» o «Entra (eléctrico)» como es conocida, es una canción de 1974, compuesta por Charly García.


Canción número 9.


jueves, 6 de agosto de 2020

Las canciones: primera parte. Everybody's changing (Keane)

Acostado en una cama de hospital, el paisaje es el mismo cada mañana (o madrugada o noche o tarde): el parante con el envase vacío, los conductos bajando de él, agujas, una fecha anotada, la casaca negra colgada como recuerdo que alguna vez pisé la calle y llegué a este lugar para dejar de morir; la frazada blanca, la incomodidad, el esparadrapo en la mano derecha, una vía insertada en mis venas para que circulen los antibióticos y quién sabe qué medicinas. Los nombres de los pacientes están escritos a mano en hojas de papel, pegados en las paredes, cada cama tiene un número. La mía es la 612. Cuántos días han pasado, demonios. ¿Tres? , es una locura. La mañana del martes moría de a pocos mientras llegaba a la esquina, luego supliqué por ayuda, el resto del día fue un viacrucis con doble cruz en cada hombro, perdido entre las calles, vagando, buscando algún resquicio de oxígeno.

Cogí el celular. ¿Qué hora sería? Según la pantalla las 3:35 am, acá no apagan las luces, pueden ser las cinco de la tarde como las dos de la mañana, eso me pasó el segundo día que se me terminó la batería. No tengo sueño. Coloco los auriculares, abro el reproductor, busco entre las canciones, ninguna me agrada lo suficiente. Aleatorio. No, esta. Cierro los ojos.

Suena el acorde de do, un piano leve, terso, fuerte. Sube, baja la nota, se siente como si usaran nubes imaginarias como peldaños, una a una, blancas, grises. Redoble. Suena la voz.

Me dices que vagas por el mismo lugar pero no entiendo lo que dices, no, de verdad no lo entiendo, eres un interlocutor invisible que se mete en mi mente, la misma que incluso ya se cansa de hasta inventarme más pesadillas. ¿Ves el dolor en mis ojos? Eso es sencillo si piensas que solo anoche la totalidad de mi vida pasaba delante de mis pupilas, ¿todos están cambiando? No lo puedo saber, estoy atrapado en esas nubes que pintas con las notas del piano. Yo también trato mantenerme en el juego, en este maldito juego de existir y no sucumbir, por momentos he olvidado mi propio nombre y es un inmenso laberinto lleno de silencio y voces secas como un pantano, duele cerrar los ojos, duele mantenerlos abiertos, duele pensar que la historia es un minutero que sucumbe sin que nadie lo note y que quizá si me atrevo a delirar me veré a mí mismo en un cajón, con palabras bonitas a mi alrededor, flores, lágrimas, pero sin ninguna función más en el cinematógrafo, no más anotaciones ni líneas cortas ni historias mínimas desperdigadas en el viento, con dolor pero sin poder decir hey hombre, no lo quiero, me rehúso a terminar así. Dices por el auricular que todo está cambiando pero que no sientes lo mismo. Yo tampoco lo siento.

Tu piano me dice, me insiste, que quizá desaparezca, que vengo y voy, que cuesta encajar en este recuadro de dolor y frío, ¿pero qué demonios quieres decir? Estoy acostado viendo mi vida hundirse en esta madrugada, torciéndose, cayendo como un pequeño rompecabezas en un mundo sin gravedad, no puedo, no quiero moverme, no puedo levantarme, no puedo caminar, casi no respiro, todos cambian, todos evolucionan y yo solo aspiro a ver nuevamente la luz del sol tocar mi cabello, de respirar el aire de la calle y sentir que mi cuerpo es real. Estoy cansado de sucumbir cada instante, a sufrir, a suplicar, a estar pegado a una máscara de oxígeno. A ver que siempre es de día a pesar que el crepúsculo se ahoga una y otra vez en un pozo.

«Todos están cambiando», vuelves a decir. Pero no sientes lo mismo. Yo sí quiero sentirlo.
El piano se corta. La cama sigue dura, las luces siguen fuertes, el resto duerme. Los observo. Me quito los auriculares.

Vuelvo a mirarlos, todo alrededor: otra vez el parante, mi mesa, mi cuerpo bajo la frazada.
Me prometo a mí mismo que no moriré en este lugar, no me daré esa concesión, no hoy, no este mes.
«Todos están cambiando». La vida se abre paso como unos pequeños párpados en la mitad de una cueva. Y en esa cueva, con el frío, con las palabras congeladas, ahuyentaré a todos los fantasmas que me salen al frente.

Me vuelvo a poner los auriculares, estiro con suavidad las piernas.

«Todos están cambiando». 

Yo haré lo mismo.






«Everybody's changing», es una tema de la banda inglesa Keane, publicada en 2004, escrita por Tim Rice-Oxley, Tom Chaplin y Richard Hughes. 

Canción número 10.

sábado, 8 de febrero de 2020

Círculos, vacíos

La noche, los faroles, los autos. Las baldosas frías, reflejando cortas el brillo imaginario de la luna. Un pequeño árbol balanceando sus ramas, cantando la misma canción del viento. En mi fantasía circular, tú apareces entre las sombras y pides sentarte a mi lado. Conversamos en un idioma vertical, como dejando caer las palabras en hilera, como mazo de cartas antes del juego final. Quiero tomarte de la mano pero recuerdo que tenemos frente a la ciudad, no nuestro río imaginario donde podemos dejar caer nuestros recuerdos y estos no se ahogarán, seguirán su propio cauce hasta el firmamento, hasta los primeros segundos de vida del arco iris.
Dejamos de conversar. Por alguna extraña razón los cuadros son los del mismo lugar donde tomé por primera vez tu mano. No recuerdo como fue que nos despedimos. Quizá terminamos de recitar las palabras o quizá el silencio tenía tatuados nuestros rostros, en esa visceral y torpe lucha contra el tiempo.
La fantasía circular llegando a su fin. No, tú no estás aquí. Ni a dos cuadras, ni a dos continentes, ni a dos vidas enteras. Sin embargo, tu sonrisa es una nube tapando lo gris de mi universo inmaterial, el desastre de saber que al amanecer habrá que levantarse, mirar el cielo, extrañar las estrellas, voltear y no ver tu perfil.
Quizá sí exista un río azul detrás de esta ciudad. Vamos de la mano. Prefiero un barco de papel perdiéndose en sus aguas imaginarias a una fotografía vacía, donde jamás vuelvas a estar tú.