domingo, 30 de agosto de 2020

Las canciones: Cuarta Parte. These are the days of our lives (Queen)

Jueves, treinta de mayo, ahí estaban ellos. Yo asistía al camarógrafo, pero ayudé a trascribir la letra de la canción en el bloc, solo cuatro versos por hoja y numeradas para que él las lea y haga el playback. Lo observé mientras lo maquillaban. Estaba tan delgado, pálido, demacrado, las sombras y la base disimulaban un poco, igual se paró frente a nosotros, como un semidiós. Hicimos el conteo, comenzó a leer y cantar, John en el bajo, Roger en percusión, Brian no estaba en la grabación. No me percaté mucho en el sentido de la letra, pero sí en su presencia, se le veía frágil pero a la vez inmenso. Hizo una toma, la vio en el monitor, quiso repetir porque no le gustó el movimiento de sus manos. Lo volvimos a hacer.


Me vi sentado en el mueble, era una mañana de noviembre, 2010. Los chicos se fueron a la escuela, nosotros salimos un rato después. Subimos al coche. Ella se sentó en el asiento del copiloto. La observé. Miraba hacia la calle. La noche anterior discutimos sobre cosas que ya ni recuerdo, igual se despertó temprano, atendió a los chicos, se alistó, ahora nos estamos yendo juntos, la dejaré en su oficina, luego iré a la mía.

No conversamos. El semáforo nos detuvo. La miro de reojo: sus ojos marrones perdidos en la nada, su cabello lacio cayendo sobre sus hombros, sus manos delgadas una sobre otra, sus labios delineados, sellados, como ocultando su voz. Cogí el timón, la luz cambió. Avanzamos algunas calles más y nos detuvimos. Abrió la puerta. Gracias —me dijo—. Te veo más tarde, cuídate —dije yo—. Bajó y me miró. Sonrió.


Volvió al escenario. Mi compañera pasaba las páginas, él las leía, gesticulaba, no, interpretaba, vivía la canción. En eso reparé en la letra: detenerte, mirar hacia atrás, recordar, ver todo lo que has logrado, tu familia, tus hijos, tu pareja. Hicimos unas tomas más. Bebió un vodka y continuó, como lo más normal del mundo. Yo me quedé pensando en la canción. No era una más del álbum, era la más hermosa. Terminamos un rato después, él se fue junto a la banda. Se despidió de todos, no lo volví a ver nunca más. Cogí mis cosas, me fui a casa. En la noche la vi, estaba muy bella, le conté sobre el trabajo, sobre la banda, esperábamos grabar más videos con ellos, me miró, por momentos sorprendida, por momentos radiante, feliz. Luego sonrió, se iluminó su rostro. Es la chica más linda del mundo.


La oficina aún está a quince minutos. Luz roja. Tenía la radio encendida pero se me dio por escuchar algo de Queen, tenía algunos de sus CDs en el auto, saqué Innuendo, se me dio por poner el track número ocho, mi favorito del disco. Sonó la percusión, el bajo, luego su voz. Miré el cielo, canté, recité la letra. La luz cambió a verde, avancé, algunas cuadras más adelante la canción terminó y la repetí. Mientras veía la calle recordé nuestra vida de jóvenes, cuando nos conocimos, las fiestas, las salidas a pasear, los viajes, cuando la vi luego de grabar el videoclip de esta misma canción, cuando nos casamos, nuestra casa, la llegada de los chicos. Todo lo que hemos conseguido juntos.

Ya en la  oficina, reparé en la foto que tengo sobre el escritorio, la cogí, estamos nosotros, felices. Luego tomé el teléfono.


Le conté sobre el día en el estudio, la canción saldrá como single, es del último disco, terminaremos la grabación cuando Brian vuelva de viaje, la sacarán después. Le conté sobre la parte que más me gustó de la canción. 

La llamé a su oficina. Me respondió extrañada pero no molesta, me disculpé, se disculpó, fuimos breves, quedamos en cenar en la noche, antes de despedirnos recordé el final de la canción y se lo recité.

En la última parte, él cantó «…esos días ya se han ido pero una cosa sigue siendo cierta: cuando miro y encuentro que… aún te amo…», agachó la cabeza y sonrió como asintiendo, después miró la cámara y susurró:

«… aún te amo…». 

Yo también mi amor —me dijo—, luego nos despedimos. Colgué. Observé nuevamente nuestra fotografía, la coloqué en su sitio, después vi el cielo desde mi ventana. Estaba despejado. Los años han pasado, tenemos dos hijos, una casa, una vida juntos. Y ella sigue siendo la mujer más hermosa del mundo.


[… I still love you…]



«These are the days of our loves», fue compuesta por Roger Taylor, baterista de la banda, inspirándose en su familia. La letra de la canción tomó otro significado tras la enfermedad de Freddie Mercury. Su videoclip fue el último grabado por Freddie (30 de mayo de 1991). Incluida en el álbum «Innuendo».


Canción número 7


domingo, 16 de agosto de 2020

Las canciones: Tercera parte. Kashmir (Led Zeppelin)

Abandonamos la carretera. Era mediodía, había cuarenta grados a la sombra. A cada kilómetro, el camino se convertía en un sendero de tierra, luego arena, playa. El sol iba sobre nosotros como satélite artificial registrando nuestros movimientos, nuestras salidas, nuestra respiración.

Escribí una canción fugaz.

En ella nosotros éramos aventureros por el Sahara y por Asia, atravesamos el Himalaya y los Andes, en un parpadeo se convertían en las mismas montañas azules como si fueran una sola; nuestro auto bordeaba los abismos, dejó la playa y se metió en el remolino infinito de las sombras, nos perdimos mutuamente, confundimos nuestro idioma con señales de humo, caímos en cuenta que borramos nuestra mente y la embadurnamos con viajes en el tiempo. Ahí estábamos en la edad de piedra, luego divisamos las pirámides, la Atlántida, el nacimiento del miedo. 

Para ese momento ya nuestros ojos eran galaxias a millones de años luz. Te tomé de la mano. No, yo te la tomé. Dibujamos el amor como manecillas de reloj, luego acaricié tu rostro, yo te miré en esta traslación de huellas en la arena, pude comprender que tu canción nos lleva como alfombra mágica hacia reinos extraños, yo comprendí que no podría mirar a nadie más en esta existencia, nuestras manos se buscaron una y dos millones de veces, es que vivimos en un viaje por las épocas, registrando de nuestro propio puño todo lo que sucede, no nos vamos a separar, no, tenemos la misma mirada clavada en el iris, por eso nos hemos vuelto inmortales, sí, inmortales, vagamos a través de agujeros negros, te tomo de la mano otra vez, siento tus dedos, tu aura extraña de amaneceres interminables y efímeros, leo tu mirada, nuestro camino va del blanco y negro al sepia, al ocre, a los colores del arco iris, me pierdo en tu cabello, yo me pierdo entre tus cejas, trazo tus labios como jeroglíficos en arcilla, cuadro a cuadro memorizo tus facciones, viajamos al pasado, al futuro, somos una interminable paradoja que no comprende de cambios de mirada, combinamos nuestras sombras, sobrevivimos a la caída del tiempo, estoy atrapado entre las líneas de tu mano. 

[De nuestras manos]. 

Una nube solitaria. Un viaje más, veinticinco años adelante, veinticinco años atrás. Escuchamos el hilo conductor de un reloj de arena, hacemos un papiro con recortes de periódico y polvo de estrellas, fotografiamos nuestras propias palabras. Regresamos a la playa de donde salimos, perdidos en África como quien descubre el eco, las polifonías, el dolor.

Mientras, permanece en el aire esa progresión de acordes en afinación celta, todopoderosa. El silencio grita, desesperado. Calla, jadea, retumba. No tiene igual. Explota el universo en un grito. Vuelve a nacer.

Y nosotros continuamos viajando en el tiempo. Absortos.





«Kashmir» es una canción compuesta por Robert Plant en 1974, en un viaje por el Sahara. Años después, Plant la consideraría como "la canción definitiva" de la banda. Incluida en el álbum "Physical Graffiti" de 1975.


Canción número 8.

miércoles, 12 de agosto de 2020

Las canciones: Segunda parte. Entra (Sui Géneris)

Se conocían de toda una vida. Y una vida no hubiera sido suficiente para soportar sus diferencias, arrebatos, sarcasmos. Tiempo después, la habitación se hizo extraña para él, el piso, las paredes, el techo. Seguía con la mirada en la guitarra —de pie contra la pared, sin vida. Eventualmente escuchó los audios de las canciones que grabaron juntos, todas de manera artesanal, como buscando nuevas armonías, sonoridades, incluso la manera imposible de grabarlas de nuevo. Estación tras estación, los meses se suceden inexorables, como quien sube un edificio con sus propias manos y se da cuenta que nunca llegará a la cima.

Quizá fue un sueño o uno de esos eventos metafísicos que perturban la mente, un «error en la matriz» —pensó—, pero de pronto estaban de pie uno frente al otro, él cogiendo la guitarra por el diapasón, ella seria, casaca negra, bufanda, jeans. El cabello castaño suelto, los ojos marrones, él con la misma mirada perdida. La banca de un parque que ambos conocían y a la vez que quedó perdida en el tiempo, habitada por hadas, duendes, por el viento y su canto extrasensorial, furtivo.

Entraron. La sala le pareció extraña, inmensa y pequeña. Bienvenido —le dijo de manera cuasi ceremonial, sonriendo, ambos conscientes que esto no podía ser más que un sueño.

Él se sentó, se acomodó la guitarra, que por momentos era un piano, por momentos una armónica trémolo, y comenzaron a cantar. Se miraron brevemente. En el sueño —o en la realidad—, sus cabellos eran los mismos, sus ojos brillaban por momentos de una manera que desconocían, sus voces rimaban, se acompañaban, armonizaban, incluso forzaban contrapuntos que el oxígeno agradecía, que contaban no solo su historia sino cientos de historias: sus viajes, sus paseos intertemporales, su vuelta al mundo en dos pensamientos, su vida de resquicios y de reinventaciones, como quien observa una supernova y la dibuja en la pared para no olvidar su brillo. Le cuenta de sus canciones inconclusas, de sus historias azules, blancas, verdes, de caminatas interminables, de verse perdido en el bosque y salir pensando que quizá su nombre es la aurora boreal en el manto de la ciudad y su madrugada punzante. 

Y cantan, cantan. Tienen ambos sus voces tatuadas en el infinito. Los acordes se suceden, se inventan, acordes mayores, sostenidos, viajando por los trastes como por una montaña rusa, sin vértigo pero sí con la emoción de que los segundos guardaron lo mejor de su existencia juntos, la que no sucumbió a las diferencias ni al paso del tiempo, como un pozo donde la lluvia siempre cae y renueva el agua, como nubes blancas sobrevolando el portal hacia las constelaciones.

Se hace de noche. El cielo deja de brillar, caen en una cueva onírica, en el siguiente nivel del sueño, las notas se detienen, dejan de mirarse. Pero la canción sigue su curso y en ella, tienen el deseo de quedarse juntos, así sea atrapados en ese laberinto de vientos, con sus recuerdos como papeles amarillos, donde solo pueden mirarse y el invierno no daña más sus conciencias, donde sus palabras no los hieren, los confortan, donde no hay frustraciones, hay un halo que cubre el piso, como alfombra eterna.

«Déjame invitarte a pasar la noche y mañana, si quieres…» 

No. No pensemos en mañana. Sigamos cantando.

El sueño se cierra como una página en blanco. Y ellos siguen ahí, sin existir.





«Entra» o «Entra (eléctrico)» como es conocida, es una canción de 1974, compuesta por Charly García.


Canción número 9.


jueves, 6 de agosto de 2020

Las canciones: primera parte. Everybody's changing (Keane)

Acostado en una cama de hospital, el paisaje es el mismo cada mañana (o madrugada o noche o tarde): el parante con el envase vacío, los conductos bajando de él, agujas, una fecha anotada, la casaca negra colgada como recuerdo que alguna vez pisé la calle y llegué a este lugar para dejar de morir; la frazada blanca, la incomodidad, el esparadrapo en la mano derecha, una vía insertada en mis venas para que circulen los antibióticos y quién sabe qué medicinas. Los nombres de los pacientes están escritos a mano en hojas de papel, pegados en las paredes, cada cama tiene un número. La mía es la 612. Cuántos días han pasado, demonios. ¿Tres? , es una locura. La mañana del martes moría de a pocos mientras llegaba a la esquina, luego supliqué por ayuda, el resto del día fue un viacrucis con doble cruz en cada hombro, perdido entre las calles, vagando, buscando algún resquicio de oxígeno.

Cogí el celular. ¿Qué hora sería? Según la pantalla las 3:35 am, acá no apagan las luces, pueden ser las cinco de la tarde como las dos de la mañana, eso me pasó el segundo día que se me terminó la batería. No tengo sueño. Coloco los auriculares, abro el reproductor, busco entre las canciones, ninguna me agrada lo suficiente. Aleatorio. No, esta. Cierro los ojos.

Suena el acorde de do, un piano leve, terso, fuerte. Sube, baja la nota, se siente como si usaran nubes imaginarias como peldaños, una a una, blancas, grises. Redoble. Suena la voz.

Me dices que vagas por el mismo lugar pero no entiendo lo que dices, no, de verdad no lo entiendo, eres un interlocutor invisible que se mete en mi mente, la misma que incluso ya se cansa de hasta inventarme más pesadillas. ¿Ves el dolor en mis ojos? Eso es sencillo si piensas que solo anoche la totalidad de mi vida pasaba delante de mis pupilas, ¿todos están cambiando? No lo puedo saber, estoy atrapado en esas nubes que pintas con las notas del piano. Yo también trato mantenerme en el juego, en este maldito juego de existir y no sucumbir, por momentos he olvidado mi propio nombre y es un inmenso laberinto lleno de silencio y voces secas como un pantano, duele cerrar los ojos, duele mantenerlos abiertos, duele pensar que la historia es un minutero que sucumbe sin que nadie lo note y que quizá si me atrevo a delirar me veré a mí mismo en un cajón, con palabras bonitas a mi alrededor, flores, lágrimas, pero sin ninguna función más en el cinematógrafo, no más anotaciones ni líneas cortas ni historias mínimas desperdigadas en el viento, con dolor pero sin poder decir hey hombre, no lo quiero, me rehúso a terminar así. Dices por el auricular que todo está cambiando pero que no sientes lo mismo. Yo tampoco lo siento.

Tu piano me dice, me insiste, que quizá desaparezca, que vengo y voy, que cuesta encajar en este recuadro de dolor y frío, ¿pero qué demonios quieres decir? Estoy acostado viendo mi vida hundirse en esta madrugada, torciéndose, cayendo como un pequeño rompecabezas en un mundo sin gravedad, no puedo, no quiero moverme, no puedo levantarme, no puedo caminar, casi no respiro, todos cambian, todos evolucionan y yo solo aspiro a ver nuevamente la luz del sol tocar mi cabello, de respirar el aire de la calle y sentir que mi cuerpo es real. Estoy cansado de sucumbir cada instante, a sufrir, a suplicar, a estar pegado a una máscara de oxígeno. A ver que siempre es de día a pesar que el crepúsculo se ahoga una y otra vez en un pozo.

«Todos están cambiando», vuelves a decir. Pero no sientes lo mismo. Yo sí quiero sentirlo.
El piano se corta. La cama sigue dura, las luces siguen fuertes, el resto duerme. Los observo. Me quito los auriculares.

Vuelvo a mirarlos, todo alrededor: otra vez el parante, mi mesa, mi cuerpo bajo la frazada.
Me prometo a mí mismo que no moriré en este lugar, no me daré esa concesión, no hoy, no este mes.
«Todos están cambiando». La vida se abre paso como unos pequeños párpados en la mitad de una cueva. Y en esa cueva, con el frío, con las palabras congeladas, ahuyentaré a todos los fantasmas que me salen al frente.

Me vuelvo a poner los auriculares, estiro con suavidad las piernas.

«Todos están cambiando». 

Yo haré lo mismo.






«Everybody's changing», es una tema de la banda inglesa Keane, publicada en 2004, escrita por Tim Rice-Oxley, Tom Chaplin y Richard Hughes. 

Canción número 10.