Mis ojos, mi rostro, como un sueño.
Caminaste
bajo la lluvia, divisaste universos ocultos. Recordaste un pasado que te era
ajeno a pesar de haberlo vivido, soñado, tocado, a pesar de haberlo descrito y
dibujado por décadas. Sientes el aleteo de las gaviotas, te ves a la entrada del
muelle. Los barquitos, escuchas que alguien te dice, eres un niño, tienes
miedo, corres pero vuelves a los brazos de tu abuela, te acaricia el rostro,
luego quedas de pie en la madrugada, ves la pista, el rastro de sangre volando
como luciérnagas que pierden la luminosidad, que se desvanece, que te hiela la
voz, que te hace derramar lágrimas por días, semanas, y tiemblas y cuentas los
meses hacia atrás y pierdes el habla y recuerdas que tienes un nombre y ese
nombre cruza las avenidas, se pierde en la garúa, en el polvo, entre los
papeles, tus abuelos siguen a tu lado pero tus huellas se borran tras
estruendos, quieres voltear, aprender a volar.
Volar,
dices mientras sigues observando el vacío de tus pupilas.
Ves
las nubes dejarse arrastrar por el viento, se va un año, cinco, atraviesas las
puertas, eres una isla atrapada en el mar, eres la luz del faro pero no guías,
no iluminas, eres canciones que se quedan en tu mente, eres silencio, eres
estruendo atrapado entre un amasijo de neuronas, entre fantasmas horizontales,
que vuelven a cruzar avenidas y se quedan tatuados en el suelo, húmedo. Te
recluyes sin hacerlo, sin que nadie se percate, disfrutas de no tener voz,
sueltas las manos y te pierdes en el laberinto de palabras, una sobre otra,
entre miles de papeles amarillos, en cuadros, en líneas verdes, infinitas.
Volar,
levantarte, dijiste.
El
vértigo se lleva tus nervios, eres invisible, nadie lo sabe, nadie conoce el
secreto de las baldosas, de los pisos de madera, de los crujidos del viento. Te
haces un hombre en esas incandescentes calles de bronce, de miles de subidas y
bajadas, todas llenas de polvo. Aprendes como entrar al laberinto, por momentos
corres, por momentos te refugias, conoces los rostros, las dimensiones alternas;
quieres correr otra vez, pero ahora no vas solo, tienes de la mano unas líneas
delgadas, pequeñas, se cortan, se cruzan, se mezclan como cientos de timbres de
voz, como paseos alrededor del mundo, de ilusiones salpicadas como gotas de
garúa en una de esas tantas ventanas, de almohadas, de mañanas interminables.
Luego vuelve el dolor, te enfermas de romper las páginas en blanco, coleccionas
cicatrices, te preguntas dónde queda, dónde vive toda esa magia.
¿Es
real?, te preguntas cada tarde de domingo, ves cabellos al viento, ves sonrisas
azules, ves canciones volando como almas solitarias, atrapadas en un inmenso,
interminable océano; unas fotografías, unas escaleras, unas puertas cerrándose,
una mirada triste, un invierno, un verano, unos meses que duran más que años
completos, vueltas al sol sin respirar; eres frágil, vulnerable, ves un puente,
un paseo de piedras, arena, miles de cielos diferentes, coges una mano, la
sueltas, te suelta, no te atreves a saltar. Ella. Ella, sí.
Caes
en cuenta que perdiste el rastro, olvidaste cómo volver a casa. Te pones
delante de todos, como un arbusto, como una nube. Pero nadie te ve. Observas tu
propio rostro, tus ojos cerrados. ¿Un sueño?, quizá.
Y en cada puesta de sol piensas en tu casa, cuando todos se han ido, cuando nadie te
escucha. Y llamas casa al lugar donde sonreíste por primera vez, donde te sentías
protegido, miras los paraderos, los autos, no quieres subir a ningún auto
porque ninguno te llevará hacia allá.
Aquí
hago una pausa. Me pongo a tu lado, imaginamos juntos. Tú, mirando nuestro rostro
inerte. Yo, contando nuestra historia.
Piensas
en esa voz que te arrulla, en ese rostro al amanecer. Te
ves dormido. En una cama, en el piso, en el mar, en el cielo, en la carretera,
en el asfalto, es 1975, 2018, 1987, 1995, 2007, 2002, 1992, 2005, 1982, 2013,
2022, tienes miedo, tiemblas, sientes que quieres correr, que no quieres estar
en ningún lugar, que no te duele golpearte contra las paredes, coges tu rostro,
no te reconoces, te estrujas, te duele el crepúsculo, te duele los libros, te
duelen las canciones. Luego piensas en esas manos delicadas, en ese color de
ojos, das tumbos, piensas en todos los momentos en los cuales abrazaste el
silencio, no te dolió la lluvia, piensas en esos árboles inmensos cubriendo el
sol, en esas hojas cayendo sobre tu rostro, destruyendo tu alma.
Te
cansaste de caminar. Viste el mundo una última vez. Recordaste un rostro, una
voz, una mirada. Un sueño, una frustración, una soledad, un laberinto, un miedo
a volar. Sí, a volar. Y de pronto, lo estás haciendo.
Y
sí, deseamos vivir dos veces, una para escribir todos esos recuerdos, la otra
para sonreír de nuevo, o dejar de hacerlo. Te ves en silencio. Y estamos
acostados ahí y te hablo y me miras. Vamos a escribir una historia juntos, deja
ya de pensar.
—Ojalá
estuviéramos otra vez ahí, mirando los barquitos, el atardecer, por las calles
a media luz.
—Decirte
confía, respira, sueña, no te rindas.
—Ojalá
no fuera el viento, ni las nubes, ni el infinito.
—Y mirar el cielo y recordar nuestra voz. Y estar, aquí.
«Wish you were here» es una canción de la banda inglesa Pink Floyd,
lanzada en el álbum del mismo nombre en 1975. Escrita por Roger Waters, la
canción y el concepto del álbum giran en torno a sentimientos de ausencia,
crítica a la industria musical y en especial a Syd Barret, el antiguo líder de
la banda, el cual tuvo que abandonarla por problemas mentales.
Canción número dos.