sábado, 7 de noviembre de 2020

Las canciones: Bonus track. Yo no quiero volverme tan loco (Charly García)

Los gritos de la gente. Los miró así no reconociera a nadie. Respiró. Una gota de sudor resbalaba desde su frente. Observó el micrófono. A veces no se escucha a sí mismo, otras veces repite o balbucea, otras veces es como verse sentado en el piso de la habitación del hotel: las cortinas cerradas, la guitarra a su lado, las paredes, recuerda lo mucho que le cuesta olvidar las tardes de domingo, piensa en la calle, en el frío del invierno, en la lluvia.

Siente que todos ríen a su alrededor, pero mira y es como si no hubiera nadie, como si aún estuviera en el hotel y lo ahogara la paranoia de tener el papel en blanco y sentir ganas de escribir, de cantar, de ser un maldito bandido en un mundo imaginario, atrapado en un espiral, en un callejón sin salida. Cierra los ojos, la gente sigue gritando, como si fueran miles de infinitos contenidos en un metro cuadrado; se toma la cara, siente su cabello tan largo, nuevamente aparecen las paredes como una desolación de cemento, un laberinto de un solo color buscando un interlocutor.  

Imagina la habitación. Se levanta, la ventana es grande, la corre, mira hacia afuera: hay poca gente, la noche está llegando, no hay luna. En eso siente el estruendo de las personas pidiendo una canción, luego otra. Las conoce todas, las compuso mirando el techo, sentado en el piso, incluso acostado sobre el pasto de algún parque cuando no lo reconocía ni su propia sombra. Los recuerdos pasan por su mente como una especie de paraíso terrenal. Toca el piano de la introducción de la siguiente canción. La noche anterior la tocó en guitarra cuando todos se fueron, solo lo acompañaba una botella de whisky, un vaso, la cubeta de hielo, los deseos de desaparecer.

Apagó la luz, pero no soltó el vaso. Cuando abrió los ojos aún era de madrugada.

Tocó el piano.

Miró por la ventana.

La gente levanta los brazos, delira, corea su nombre.

Pensó en la alegría de sentirse triste, ríe, grita.

Comienza a cantar.

En su mente, la canción cobra vida y se abre paso entre nubes surrealistas, sortea un laberinto de versos mal escritos, de años mirando el silencio. La muerte se vuelve una almohada muy pesada en todas estas noches interminables; canta sobre la locura, sobre la televisión, sobre las penas de las tardes de domingo, luego cae en cuenta que ya no tiene el vaso en la mano, que no está sobre la cama, que cae en un pozo interminable. Mira a la banda, deja el piano, se levanta, canta sobre la paranoia y la depresión. Recuerda nuevamente la madrugada en el hotel: camina hacia la ventana para buscar la luna y aullar con ella, para pensar en la vida como una hoja de papel amarillo que lucha contra el viento, viendo como su soledad se convierte de improviso en el parante del micrófono, desea estrangularlo, aniquilarlo.

En eso siente la descarga.

Cae. La banda sigue tocando, la gente enloquece. Se cierra su mente, mira el cielo: las estrellas brillan como mostrando el camino, como quien dice «toma mi mano, ven conmigo, tenemos tu alegría en el vacío». Se ve saltando, ya no en el pozo sino por la ventana, luchando contra su propia locura, viendo cómo se acerca el pavimento, se hace más grande, cierra los ojos, no hay dolor, incluso recuerda los momentos buenos al lado de alguien, no ve su nombre, solo reconoce su voz y se da cuenta que es un sueño porque en estas escenas ella lo ama y no lo suelta, van de la mano entre caminos de ladrillos, entre soles de mañana, de medianoche. Luego siente los estragos de la descarga. Se molesta al no ver la autopista hacia las estrellas, solo a su banda, al público, a las luces. Se levanta, recuerda que el parante del micrófono representa su soledad y lo patea instintivamente, con furia, no por la electricidad que recorrió su cuerpo sino por la impotencia de no poder tener el valor de regresar a su salto hasta el centro de la tierra. La gente vuelve a gritar. Corre hacia al piano, continúa su canción.

Repite el estribillo, canta más fuerte, grita, siente que es como levantarse del pavimento y ver que no tiene ningún rasguño, como pensar que la muerte se ha equivocado, no saltó con él, se quedó en el piso de su habitación, atrapada en el vaso de whisky.

 «Yo no quiero esta pena en mi corazón».

Luego de la última nota vuelve a pensar en la habitación. Siente que sube a la cama, coge las sábanas, observa el techo como si fuera un gran espejo. Cierra los ojos. Se mira. La gente no deja de gritar. Él los mira.

La soledad es la última constelación del cielo. Todos los aplauden, no dejan de gritar. Se ve recogiendo el vaso, acostándose, cerrando los ojos una vez más. En este nuevo sueño, él se mira al espejo, sin multitud ni más canciones por cantar. Dejando simplemente que el reloj avance. 

Para poder perdonarse a sí mismo.




"Yo no quiero volverme tan loco" es una canción de Charly García, incluida en el álbum "Yendo de la cama al living" (1982). En un concierto en Chile en 1985, Charly García sufrió una descarga eléctrica mientras interpretaba esta canción.


Bonus Track N° 1

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