miércoles, 12 de agosto de 2020

Las canciones: Segunda parte. Entra (Sui Géneris)

Se conocían de toda una vida. Y una vida no hubiera sido suficiente para soportar sus diferencias, arrebatos, sarcasmos. Tiempo después, la habitación se hizo extraña para él, el piso, las paredes, el techo. Seguía con la mirada en la guitarra —de pie contra la pared, sin vida. Eventualmente escuchó los audios de las canciones que grabaron juntos, todas de manera artesanal, como buscando nuevas armonías, sonoridades, incluso la manera imposible de grabarlas de nuevo. Estación tras estación, los meses se suceden inexorables, como quien sube un edificio con sus propias manos y se da cuenta que nunca llegará a la cima.

Quizá fue un sueño o uno de esos eventos metafísicos que perturban la mente, un «error en la matriz» —pensó—, pero de pronto estaban de pie uno frente al otro, él cogiendo la guitarra por el diapasón, ella seria, casaca negra, bufanda, jeans. El cabello castaño suelto, los ojos marrones, él con la misma mirada perdida. La banca de un parque que ambos conocían y a la vez que quedó perdida en el tiempo, habitada por hadas, duendes, por el viento y su canto extrasensorial, furtivo.

Entraron. La sala le pareció extraña, inmensa y pequeña. Bienvenido —le dijo de manera cuasi ceremonial, sonriendo, ambos conscientes que esto no podía ser más que un sueño.

Él se sentó, se acomodó la guitarra, que por momentos era un piano, por momentos una armónica trémolo, y comenzaron a cantar. Se miraron brevemente. En el sueño —o en la realidad—, sus cabellos eran los mismos, sus ojos brillaban por momentos de una manera que desconocían, sus voces rimaban, se acompañaban, armonizaban, incluso forzaban contrapuntos que el oxígeno agradecía, que contaban no solo su historia sino cientos de historias: sus viajes, sus paseos intertemporales, su vuelta al mundo en dos pensamientos, su vida de resquicios y de reinventaciones, como quien observa una supernova y la dibuja en la pared para no olvidar su brillo. Le cuenta de sus canciones inconclusas, de sus historias azules, blancas, verdes, de caminatas interminables, de verse perdido en el bosque y salir pensando que quizá su nombre es la aurora boreal en el manto de la ciudad y su madrugada punzante. 

Y cantan, cantan. Tienen ambos sus voces tatuadas en el infinito. Los acordes se suceden, se inventan, acordes mayores, sostenidos, viajando por los trastes como por una montaña rusa, sin vértigo pero sí con la emoción de que los segundos guardaron lo mejor de su existencia juntos, la que no sucumbió a las diferencias ni al paso del tiempo, como un pozo donde la lluvia siempre cae y renueva el agua, como nubes blancas sobrevolando el portal hacia las constelaciones.

Se hace de noche. El cielo deja de brillar, caen en una cueva onírica, en el siguiente nivel del sueño, las notas se detienen, dejan de mirarse. Pero la canción sigue su curso y en ella, tienen el deseo de quedarse juntos, así sea atrapados en ese laberinto de vientos, con sus recuerdos como papeles amarillos, donde solo pueden mirarse y el invierno no daña más sus conciencias, donde sus palabras no los hieren, los confortan, donde no hay frustraciones, hay un halo que cubre el piso, como alfombra eterna.

«Déjame invitarte a pasar la noche y mañana, si quieres…» 

No. No pensemos en mañana. Sigamos cantando.

El sueño se cierra como una página en blanco. Y ellos siguen ahí, sin existir.





«Entra» o «Entra (eléctrico)» como es conocida, es una canción de 1974, compuesta por Charly García.


Canción número 9.


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