viernes, 26 de julio de 2019

Utopías

El pintor dejó caer su fatiga en el lienzo vacío. Pensó en ella. Sintió las mismas ganas de escribirle, la misma fuerza interior presionando su pecho como el estruendo de una tormenta. Miró por la ventana. La calle es un viaje visceral por el canto del viento, el mismo canto que llega a sus oídos y que hace que recuerde sus ojos, que pronuncie su nombre en silencio. Como si literalmente pudiera alcanzar las estrellas, como si quizá pudiera escucharlo.
Esas ganas de borrar la memoria de sus dedos y que estos dejen de escribir las palabras que ella no leerá, imaginando que puede alcanzar el cielo con su alfombra, olvidando el vértigo y el miedo a caer; divisando el sol escondiéndose tras la luna, divisando las mareas y todas las sombras blancas. Dejó caer su pincel, cerró los ojos.
En el único lugar donde pueden respirar juntos, comenzó a retratarla, silente. Luego, se tomaron de la mano. El arco iris de labios es tan surreal como ser acariciado por su voz. Y en ese lugar, puede mirarla por siempre. Como viajar por el tiempo, con ella.

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