viernes, 16 de agosto de 2019

Entre mis brazos

La mirada en el techo, repasando sus estrías, sus sombras, su color tosco. La ropa sobre la cama, sábanas revueltas como terminar un paseo por el desierto. La guitarra encerrada en su funda como perdiéndose solitaria en su propio silencio, el insomnio fundiéndose con el oxígeno en una extraña letanía de idas y venidas, como quien escapa y a la vez se encierra entre fotografías e historias serenas, ocultas, entre caminos largos, sin luces ni faroles. Como tocar tu rostro incorpóreo y anotar el brillo de tus pupilas en una canción sin fin, entre acordes mayores y menores, aumentadas y disminuidas, subiendo peldaños interminables, sin vértigo, en una carrera sin pausas contra el viento, para divisar tu cabello y cerrar el círculo de palabras invisibles.
No somos nosotros los de las imágenes encuadradas en la pared, ni los de los pasos con miles de recuerdos a cuestas. Me detengo, miro hacia abajo, las nubes pasean por el piso, mis palabras se pierden en su firmamento pero tu nombre se queda en mis dedos: no soy real, soy la sombra que dejas al pasar, la que anhela tus labios pero que desconoce las calles, el que se pierde entre frases entrecortadas, en una madrugada interminable.
El fugitivo que calla pero que a la vez no puede dejar de mirar tu rostro, hermoso como el mar. 
Y, al borrarse mis palabras, las escribo una vez más tratando de detener el tiempo, para tenerte un segundo más conmigo, entre mis brazos. 

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